Desde que se declaró la pandemia del COVID-19, las autoridades sanitarias recomendaron llamar al confinamiento o cuarentena en todo el mundo. El virus anda suelto, es invisible a simple vista, se transmite de una persona a otra y puede ser mortal. Hay que pedir a la gente que se quede en casa, dijeron.

El llamado a quedarse en casa tenía que venir de las autoridades gubernamentales como una orden. Ante esa exigencia, los gobiernos vieron una doble amenaza: una a la salud de la población y otra a las economías locales.  Decidir por una,  excluía a la otra.

En la mayoría de los países la embestida del virus, el posible colapso del sistema de salud y compromiso de sus gobiernos con la población, se impuso el criterio humanista: la salud primero. A cualquier costo, optaron por la cuarentena estricta.

La inmensa mayoría de las personas atendió la exigencia de confinarse pero, a los pocos días, en los sectores más necesitados económicamente, también surgió un conflicto: o salimos o no tenemos con qué cubrir las necesidades básicas. Miedo no mata hambre.

También grandes y pequeños empresarios, en todo el mundo, vieron la amenaza de quiebre. Mantener el confinamiento por tan largo tiempo, cada vez se hizo más difícil para los gobiernos comprometidos con la salud.

Por otro lado, desde el principio de la pandemia, autoridades de algunos países priorizaron a la economía. Negaron realidades, inclusive el peligro/existencia del virus, descalificaron a las autoridades sanitarias. Decidieron arriesgar la salud y la vida de sus gobernados con tal de mantener la productividad económica.

La historia reciente de la pandemia ya es concluyente: A 5 meses del alerta epidémica, los países en los que se impuso la economía sobre la salud tienen la mayor cantidad de infectados. Por ellos, la epidemia seguirá siendo una amenaza global por mucho más tiempo del que era posible. Paradójicamente, la paralización de la economía que trataron de evitar estos gobiernos, muy posiblemente, se mantendrá.

Otro aprendizaje hasta ahora es que la pandemia del COVID-19 es larga y compleja. Ni donde se reporta que la curva epidemiológica ha descendido, como en Europa, se puede bajar la guardia. Mucho menos en aquellos lugares, como América Latina, donde los casos van en ascenso.

Las respuestas de la gente

Las conductas humanas ante el confinamiento han sido bien variopintas. Desde las más responsables, comprometidas con la protección de su salud, hasta las desafiantes, siguiendo pautas individuales, de grupo o de sus propios gobiernos.

Para algunos el confinamiento no ha representado mayor inconveniente. Por supuesto, hay pérdida de libertad de movimiento, reducción de encuentros sociales, posibilidades de ganar más dinero, tiempo y experiencia en los estudios, entre otras muchas pérdidas.  Pero, ante la amenaza del virus, prefieren asumirlas.  Para otra gente, la necesidad de ir a la calle se le hace imperiosa no solo por razones de trabajo sino porque no aguantan el encierro o a quienes le acompañan. La recreación es una necesidad y derecho humano.

En los países donde han flexibilizado la cuarentena, algunas personas se han desbocado como que si el virus o la emergencia sanitaria hubiera pasado. El tema es que la gente está ávida por volver la normalidad, a la nueva o a la vieja, pero a lo que ella considera normal y, entonces, activa ciertos mecanismos psicológicos que le permitan correr riesgos.

El pensamiento acomodaticio es uno de los recursos que usamos para arriesgarnos.  Oímos y vemos lo que queremos, adaptamos la información y las circunstancias a nuestra conveniencia psicológica.  Así en salud, política, afectos, cotidianidades.

Creemos en lo que sea con tal de encontrar razones o excusas que justifiquen nuestras acciones ante nosotros mismos y los demás. Es un recurso individual y de algunos líderes locales y mundiales.

El coronavirus está vivito y coleando

Con la flexibilización del confinamiento por parte de algunos países, se entra en una nueva y peligrosa fase de la pandemia, ha dicho en Director de la Organización Mundial de la Salud. Lo ratifican los epidemiólogos de cualquier parte. La gente y algunas autoridades se está relajando en demasía, está perdiendo el sentido de realidad, el miedo al virus. Estamos ante una bomba de tiempo.

A quienes están en la calle por compromiso de trabajo o supervivencia, se suman quienes ahora salen porque les provoca, porque no hay nada que se lo impida sino la falta de ganas. Eso no sería problema si toman medidas: uso correcto de mascarilla, evitar aglomeraciones  o guardar distancia prudencial y lavado de manos con jabón, cada vez que sea posible.  Pero no todos lo hacen. Allí está el peligro.

A los gobiernos flexibilizar el confinamiento, lo fundamental de la prevención ha pasado a manos de la gente y de las instituciones. Por ello, a las autoridades les toca redoblar la vigilancia y hacer cumplir las recomendaciones.  Por nuestra parte, la prudencia dice que aún ahora, lo conveniente es quedarse en casa el mayor tiempo posible.

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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

Del mismo autor: Vejez en estos tiempos

Leoncio Barrios, psicólogo y analista social. Escribidor de crónicas, memorias, mini ensayos, historias de sufrimiento e infantiles. Cinéfilo y bailarín aficionado. Reside en Caracas.