Como si tuviese una bola de cristal que le permitiera ver el futuro, el Gobierno ha decidido que toda manifestación de masas realizada por la oposición es potencialmente peligrosa. Fíjense que he dicho peligrosa y no violenta. Cuando uno lee el asunto en esos términos se le facilita comprender las motivaciones de una clase política que ejerce el poder con la finalidad de mantenerse en él de manera permanente, saltándose los mecanismos democráticos, haciendo propia aquella frase de José Tadeo Monagas con la cual justificó el asalto al Congreso en 1848.
Es así que vivimos un tiempo de incertidumbre en el cual se saltan los lapsos para los procedimientos administrativos como el Referéndo Revocatorio, se inhabilita a la Asamblea Nacional, se acusa a trocha y mocha sin tener pruebas, se violenta el orden jurídico, de descalifica a los contrarios y se amenaza sin medida. “La Constitución sirve para todo”. Estoy en mi oficina, es jueves y me dispongo a participar en la marcha que ha convocado la Universidad, así con mayúsculas, para solicitar un presupuesto justo y la restitución de las garantías que favorezcan la convivencia democrática. Llegue temprano, tenía cosas que firmar y otras que leer, y me tope, como era de esperarse con varios piquetes de policías que ‘custodiaban los alrededores de la ciudad universitaria por los lados de los Chaguaramos. Me dicen que en Plaza Venezuela el número de ellos es mucho mayor. Así que al momento de escribir esta nota me encuentro en una ciudad sitiada por la incomprensión y el miedo. Tengo el federalista en mi biblioteca, releo algunas páginas.
Ciertamente estamos gobernados por una facción que solo ve al país desde su propia perspectiva, que ha perdido la empatía por el otro, que ha definido sus actuaciones en términos dicotómicos. Los contrarios no son adversarios, son enemigos.
Hay poca gente hoy en la Ciudad Universitaria, también acá hay miedo, luego de una década de presiones desmedidas la gente se siente golpeada, no solo porque no alcanza el sueldo o porque la ausencia de recursos didácticos es cada día más palpable, sino que, además, se ha golpeado tan fuerte a la institución que se ha llegado a afectar nuestro espíritu de cuerpo. Por suerte esta institución es más antigua que la República y ha resistido, desde siempre, los embates de otros autoritarismos.
Vuelvo al principio. El Gobierno piensa que toda movilización popular que se presente con posturas críticas es potencialmente peligrosa. No porque le gente vaya a ser violenta, sino porque la voluntad democrática puesta de manifiesto le genera disonancia a los autócratas. Nadie puede creer que sea cierto ese expediente imaginario según el cual todo el que piense diferente es un terrorista. Llama la atención la piel de princesa que nos muestran quienes no resisten las visiones contrapuestas. Es así como se presiona para acallar a los medios o a las universidades o a todo aquel que siente que las cosas van por mal camino. Uno siente que han dejado de percibir la realidad, que se han alejado como nunca de la gente.
Quienes nos gobiernan no parecen darse cuenta de que el país tiene hambre, de que se cada vez más difícil criar a nuestros hijos, que no hay harina de maíz, crema dental, aceite comestible, pañales o papel higiénico, que la salud está en emergencia, que no hay medicinas. Tengo varios días con una alergia sin solución. Ya cansa el retornelo de la ‘guerra económica’, se ha convertido en un discurso vaciado de contenido, -hueco-, que solo sirve para rellenar la ausencia de contenidos programáticos para atender la crisis.
No es que la gente en la calle sea violenta, es que les resulta peligroso que se ponga de manifiesto que la gente no está feliz, que un grupo muy grande de quienes habitamos esta tierra de gracia no estamos de acuerdo con los contenidos de un proyecto político que nos ha llevado a la pobreza, que la gente quiere cambios. El Gobierno se niega a escuchar y por ello juega en solitario. Ahora que ha pasado el tiempo de las aclamaciones la gente le resulta molesta, incomoda. Al Gobierno no le gusta que la gente proteste, manifieste, o haga solicitudes públicas.
Al Gobierno solo le gustan las marchas que lo respaldan, que se visten de rojo, que lo apoyan abiertamente. Esos son los únicos que pueden marchar, el resto somos catalogados y tratados como ciudadanos de segunda. Vivimos en un país picado a la mitad, que se ha roto en los términos de la construcción del tejido colectivo. Desde el poder se trata al país como si fuese un botín y no una República. Estemos claros quienes ejercen la violencia como mecanismo de presión política actúan fuera del margen de la legalidad y debe aplicárseles la Ley; pero quienes hacen uso de sus derechos políticos para realizar solicitudes actúan como ciudadanos y merecen el respeto y la consideración correspondientes si aceptamos la idea de que vivimos en una democracia. En caso contrario estaríamos en presencia de un Gobierno que sería, por definición, completamente diferente.
El ciudadano en la calle protestando nunca es peligroso para las democracias, pero sí para el autoritarismo, porque pone en perspectiva su naturaleza, que es la naturaleza del alacrán en la conocida fábula de Esopo.