Pago a universitarios por el carnet de la patria violaría autonomía, insisten rectores
Pago a universitarios por el carnet de la patria violaría autonomía, insisten rectores

El título de este artículo no es especialmente amable, pero sí contiene una pregunta fundamental para intentar buscarle fondo y forma a todas aquellas situaciones que, sumando y sumando, nos llevaron al desfonde nacional. Penosamente, no supimos contenerlas y hoy nos abruma su fatalidad.

En efecto, podemos identificar una larga lista de hechos que nos llevaron a ese lugar tan infeliz que la sabiduría popular llama el carajo. Empecemos.

A mi juicio, el país comenzó a irse al carajo cuando el Estado decidió garantizar la inclusión social en caso de que se contara con un carnet, que no era precisamente la cédula de identidad. Cuando la institucionalidad nos pareció irrelevante. Cuando el mérito y la excelencia se convirtieron en un sacrilegio. Cuando creímos que el porvenir de la República obedecía a un hombre y no a la fortaleza de sus instituciones. Cuando el propósito imperante era destruir a la persona y no debatir sus ideas. Cuando la ideología, en conjunto con la fuerza de las armas, inundaron todos los espacios de la vida nacional y aplastaron a la razón. Cuando la amenaza se hizo costumbre. Resumiendo: cuando la ética se quedó sin defensas.

De este modo, recalamos en esta tragedia que ensució el lenguaje y destruyó el buen tono democrático. Y aquí estamos: viviendo una crisis  —dentro muchas crisis—, soportando la ausencia de la confianza pública y, más aún, agonizando por la incapacidad y el delirio de unos aventurados que les incomoda la democracia.

Por supuesto que tenemos más condiciones y variados momentos que nos recluyeron en el carajo. Seguimos.

Nos asentamos en el carajo cuando surgió el desprecio a la ciencia. Cuando el festín populista ilusorio encandiló a la mayoría. Cuando aquel que pensaba diferente tenía cargos suficientes para imputarlo por el delito de traición a la patria. Cuando nos llenamos de adjetivos ofensivos y el respeto al otro se constituyó en un simple deber selectivo. Cuando la credibilidad empezó a pesar miligramos y no era importante engordarla. Cuando la palabra “acuerdo” se convirtió en una grosería impronunciable. (mclaneedgers.com) Cuando la separación de poderes se quedó sin aliados. Cuando la manipulación y el control se transformaron en el eje estratégico. En resumidas cuentas: cuando convocar a un diálogo nacional también podía ser considerado un delito de lesa humanidad.  

Así pues, emprendimos aceleradamente el desgraciado camino hacia el carajo y no hubo contención capaz de sortear el destino. Quizás sea la lección necesaria para salvar a la próxima generación o tal vez estaba escrito. Sin embargo, todavía estamos pasando las penas del purgatorio y duele mucho el estilo errático del pasado y el presente.

Entiendo que hay muchísimos más razones que calaron negativamente y nos llevaron al despeñadero de las desgracias. Por ejemplo, se me escapa el momento exacto cuando la corrupción se consolidó como el deporte nacional y el discurso de odio y la lucha de clases fue presentada como la nueva religión. 

Insisto, hay millares de actos sueltos todavía. Invito al lector a que haga su lista para meditarlos, advertirlos y, por supuesto,  ayudar a no repetirlos mañana. Pues, así como nos fuimos al carajo, y conocimos la ruta triste, ahora también podríamos reorientarnos e ir al paraíso. Y si eternizamos nuestra tragedia, ¿acaso nos iremos a otro lugar más horroroso  —que queda cerquita del que ya estamos— y que la conseja popular lo termina en madre?

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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

Del mismo autor: El error más grande: dar tanto por sentado

Economista con un Magister en Políticas Públicas. Colaborador de varios medios nacionales.