Si aceptamos la idea de que una vida que vale la pena ser vivida es aquella que está llena de actividades valiosas, entonces debemos entender que cuando realizamos actividades que no lo son, estamos colocándonos frente a la imposibilidad de que nuestra vida sea una vida feliz. Es así que cuando la circunstancia nos obliga a hacer colas inmensas para comprar alimentos o ‘sabanear’ medicinas por un número incontable de farmacias o cuando debemos, por nuestra cuenta y riesgo, protegernos de manera permanente en contra de las acciones del hampa, ante la falla evidente del Estado, nos encontramos con que nuestra vida pierde valor de cara a la posibilidad de realizarnos en los términos de nuestras potencialidades y nuestras aspiraciones.
Se supone, por ejemplo, que el Estado tiene el monopolio de la coacción física legítima, que le corresponde al aparato Estatal cumplir con la función fundamental de garantizar la protección del ciudadano, de salvaguardarlo en contra de quienes pretenden, por las razones que fueran, subvertir el orden. Es así que le corresponde al Estado garantizar la aplicación de la fuerza para combatir a bandas criminales, para lidiar con los delincuentes, para garantizarle al ciudadano su vida y sus bienes. Es una perversión utilizar la fuerza pública para reprimir a la ciudadanía.
Una diferencia sustantiva entre la democracia plena y cualquier forma de autoritarismo tiene que ver, precisamente, con la manera como las instituciones del Estado funcionan. La democracia no se refiere únicamente al tema electoral. Las elecciones no son más que una manifestación de voluntad acerca de los que deben gobernar a un país en un momento determinado, acerca del proyecto político que la gente percibe mejor responde a sus necesidades. Así, la democracia no puede construirse como una imposición. La democracia refiere la construcción de lo que es común a todos nosotros, refiere la construcción de acuerdos, la búsqueda de consensos.
El autoritarismo, sea que hablemos de una dictadura abierta o de cualquiera de sus gradaciones implican la utilización del poder para responder a intereses políticos particulares, monopolizando la utilización del poder a favor de intereses particulares, implica la imposición, el irrespeto de la norma, el avasallamiento del otro, su descalificación. En el primero hace falta la construcción de un espacio de funcionamiento de la ciudadanía, en el segundo ese espacio se cierra y es utilizado por el aparato gubernamental para acallar a los demás imponiendo un solo discurso, una forma hegemónica de ejercer el poder, que no escucha y que no consulta.
Uno debe recordar los retos que enfrentó la Alemania de la República de Weimar, previo a la imposición del nacional-socialismo. Se trató de una situación en la cual las fuerzas del mal -permítanme llamarlo de esa manera- se apropiaron del poder a través de mecanismos democráticos. Se utilizó la democracia para apropiarse del poder, para monopolizar lo público, para llevar al país hacia el desastre. Una previsión imprescindible es la de salvaguardar la institucionalidad para establecer límites al ejercicio del poder. Cuando una sociedad se deja arrastrar por el discurso populista empieza a perderse.
El ejercicio de la ciudadanía implica la construcción de espacios de participación de ciudadanos que actúan de manera autónoma. Es decir, que son capaces de restringir el deseo, que pueden hacerse cargo de sí mismos, que asumen responsabilidades, que pueden determinar por cuenta propia aquello que los hace felices; es decir, que pueden determinar el rango de sus sistemas de preferencia. Nuestro gobierno ha actuado de manera sistemática para desmantelar la institucionalidad democrática y para desmontar los espacios de la ciudadanía, lo que pone en cuestionamiento su carácter democrático.
Estamos frente a un autoritarismo de nuevo tipo que no se rige con las categorías tradicionales pero que se siente en el empeño por hacer desaparecer la crítica y las voces disidentes, a través de la amenaza o de la acción directa. A fin de cuentas para el autoritarismo siempre es mejor reinar en el silencio. Allí donde prevalece una sola voz es más factible que se imponga el mal sobre todos nosotros.
Es importante destacar que un pueblo sometido por el hambre y la necesidad, como lo es nuestro pueblo en los tiempos que corren, tiene frente a si un reto fundamental. Aquel que tiene que ver con la posibilidad de resistir, de permanecer firme en sus convicciones republicanas, de no caer en la tentación de la violencia o el desorden. Corren tiempos difíciles, frente a nosotros hay otra posibilidad aquella de nos lleve a la imposición del miedo, el silencio y la resignación. El futuro depende de nuestra tesitura ciudadana, de los valores democráticos que vayan quedando en nosotros. El tiempo dirá.