Creo que es momento de poner las cosas en perspectiva. Los hombres y las sociedades que conforman llegan a veces a encrucijadas difíciles de sortear, situaciones que nos obligan a enfrentarlas aunque nos produzcan miedo. Venezuela transita a lo largo de un peligroso proceso de destrucción de sus instituciones que nos coloca muy cerca de la imposición de formas de autoritarismo que no habíamos visto en el país desde hace mucho. Mientras los ingenuos se regocijan por el hecho, sin duda cierto, de que las concentraciones gubernamentales cada día tienen menos gente, a mí me asusta pensar que no se trata más que de una manifestación de este acelerado proceso de “sovietización” por el cual yo creo que estamos transitando.
Si uno recuerda bien el proceso soviético Lenin era el hombre de las masas, el gran convocante. Stalin, por su parte, no parecía animar a la gente en la construcción del discurso de calle. Por el contrario, era un tipo parco. Apenas uno puede recordar uno de sus discursos, aquel en el cual convoca a sus “hermanos”, así los llama, a defender a la “madrecita Rusia” tras la invasión alemana. Eso que se puede percibir como una muestra de reducida capacidad discursiva fue sustituido de manera sistemática mediante la imposición de un Estado Policial con una gran capacidad para controlar el quehacer de la vida cotidiana.
Así, lo que era una muestra de fervor popular que se manifestaba en las calles y se conducía mediante el discurso de un líder carismático, transitó hacia la construcción de un aparato de Estado fuerte que logró apropiarse de los espacios públicos, suprimiendo el funcionamiento de la sociedad, que llegó incluso a meterse en la intimidad de la población soviética de la época, imponiendo el miedo como mecanismo de control colectivo.
Guardando las distancias, me parece que nos movemos en un rumbo parecido. Cambiando lo cambiante uno podría decir que mientras Chávez era un hombre de masas, Maduro es un hombre de aparato. El primero convoca, el segundo no. A mí me parece que Hugo Chávez fue la representación del típico caudillo latinoamericano del siglo XIX o principios del XX. Uno podría decir, si me permiten la metáfora, que fue nuestro último hombre a caballo. Quizás eso explique la manera parroquial como administró los recursos de la nación, la imposibilidad de tomar previsiones a largo plazo, la imposición de la lógica del “como vaya viniendo vamos viendo”, la intolerancia y la imposición de la personalidad fuerte como mecanismo para el ejercicio del poder.
Creo que lo que vivimos hoy es mucho más perverso. Se trata de la construcción del país desde la mirada de una facción que se cree infalible, que no escucha, que no tolera, que busca imponer sus puntos de vista sin chistar. Cuando uno observa, en un ejercicio de análisis, los programas emblemáticos del canal del Estado, se encuentra con un ejercicio sistemático de construcción de una “verdad revelada” que se presenta como incuestionable. Allí se califica, se insulta, se veja todo alrededor de la idea de construir una mirada sobre la realidad y venderla al resto del país como cierta. No se escuchan las razones de los demás, por el contrario se le despersonaliza y se le califica como un enemigo a vencer. La verdad es que esto se parece demasiado al fascismo para mi gusto.
¡Vaya situación peligrosa! Se trata de la imposición de una forma perversa de populismo que se instala en la ausencia de instituciones sólidas que permitan equilibrar las cargas y en la incapacidad de hilar un discurso contrapuesto que convoque a la unidad real de las fuerzas democráticas en favor de un proyecto de país alternativo que luzca atractivo a las grandes masas. Hay que recordar aquella frase de Ortega y Gasset según la cual la fortaleza del Franquismo era equivalente a la debilidad de los republicanos. A veces la fortaleza de los otros está en relación de dependencia con nuestra propia incapacidad. Cuando este es el caso, y creo que lo es, luce necesario hacer un alto, realizar las mea culpas correspondientes y reinventar las estrategias del juego. A veces es mejor “picar como una abeja y danzar como una mariposa” que enfrentarse al contrincante “libra contra libra”.
Vivimos un tiempo de vertiginosa incertidumbre, que requiere de una profunda evaluación del contexto y de las acciones. La imposición populista en un tiempo de modernidad líquida se convierte en el caldo de cultivo ideal para la imposición autoritaria, sobre todo en un pueblo al que le falta direccionalidad política, que se ha acostumbrado a las dádivas, que es temeroso del poder.
Se trata de que vivimos confrontados a una forma de populismo que ve a la comunidad política como totalidad y que, en consecuencia, no acepta la disidencia; que trata de fundamentarse en las fuerzas telúricas del pasado y por eso apenas si logra ver el presente; que separa la idea de pueblo de la idea de nación y que le atribuye la soberanía popular al primero y excluye a la segunda, de manera que es capaz de colocarnos en sacos diferentes y pesarnos en balanzas distintas a quienes, por derecho, pensamos distinto.
La cosa no luce bien, la verdad es que el decreto de emergencia económica y estado de excepción, como mínimo, lo lleva a uno a preocuparse.