Me detectaron la miopía siendo muy joven, de manera que tuve que pasar mis años de primaria usando lentes en una época en la cual el asunto no se consideraba ‘fashion’ y no había, como ahora, una consciencia o una legislación que lo protegiese a uno del bullying. En realidad, le tocaba a cada quien defenderse en contra del acoso escolar como podía. En mi caso, tuve en varias oportunidades que quitarme los lentes que me convertían en un cuatro ojos y caerme a golpes con uno que otro compañero.

Cuando eso pasaba llegaba lleno de polvo y de algunos moretones que justificaba diciendo que me había caído jugando. Sin duda, eran otros tiempos en los cuales la confrontación física entre carajitos era aceptada y a veces auspiciada socialmente. Había quien pensaba, en esos tiempos primitivos, que así se formaba el carácter. Por suerte las cosas han cambiado. Lo que si me queda claro es que la miopía es una condición terrible. Eso de no poder ver bien a la gente o a las cosas es complejo. Uno vive en un mundo ‘impresionista’, en el cual la realidad parece borrosa. Se obliga uno a sentarse de primero o acercarse demasiado para distinguir a las personas. Más de una vez andando sin lentes, he dejado de saludar a alguien que después me tilda de antipático o de algo peor.

Pero una cosa es que uno tenga limitaciones visuales y otra distinta es que las mismas se hagan presentes en el campo de las percepciones materiales. Me explico, si bien es terrible no tener una visión que funcione al 100%, es peor no ser capaz de leer la realidad en función de lo que la misma nos dice. Esto es así, bien sea que uno trate de enmascararla o que uno simplemente no tenga la capacidad para leerla apropiadamente. En ambos casos, se trata de una forma de miopía que hace que el entorno sea interpretado de manera borrosa, que hace a la gente incapaz de percibir r las claves que el contexto va develando.

Para mi está muy claro, a pesar de que mi propia miopía es leve, que no debo manejar si no cargo lentes, pondría en peligro mi vida y la de los demás. Lo mismo cabe decir del ejercicio de maniobrar la nave del Estado. Si los timoneles son escasos en su capacidad de ver el mundo circundante, es posible que se topen con un iceberg y que la nave termine hundiéndose mientras los músicos tocan en la cubierta. A veces, uno se siente navegando en aguas turbulentas con un capitán enceguecido. Hay que decir que el poder tiene esa capacidad de enceguecer. Uno tiene que recordar las peripecias de Ajax, luchando contra las ovejas con una espada de guerra. Bien lo dice el poeta: Los Dioses ciegan a los que quieren perder.

Se trata de un desprecio temerario por la realidad, una especie de hybris que lleva algunos a transgredirlo todo, a no reconocer que los hombres no somos más que eso y que estamos sometidos a los límites de la convivencia con los demás y los del sentido común. Se muestran incapaces de limitar sus propios impulsos. Esto les lleva a poner de manifiesto sentimientos violentos, impulsos desmedidos, se convierten en una representación de la barbarie.

No es sino de ese modo que uno puede entender la acción del gobierno en los últimos días. No es fácil escuchar a un Jefe de Estado mentando madre en cadena nacional, no lo es escuchar a ciertos personeros desmerecer ese esfuerzo cívico que representó la marcha del jueves pasado. La cual, por cierto, yo no le atribuyo a los partidos políticos, ni al liderazgo, sino más bien a una ciudadanía cansada de la polarización, de la confrontación política y del mal gobierno.

Decir que ese mar de gente que pobló a Caracas el jueves no eran más de 30.000 personas, es una burla atribuible a la incapacidad de aceptar que algunas cosas han cambiado; que las preferencias políticas se mueven cuando se gobierna con ineficiencia y con desprecio por la gente y por sus problemas.

Se trata de un gobierno que se regodea con el ejercicio del poder, que quiere demasiado para sí, que busca enemigos donde no los hay y los inventa y los persigue. Se trata de un ejercicio de desmesura, de desear permanecer para siempre, de no estar dispuestos a escuchar la voz de la gente. La verdad, carecen de la humildad suficiente para darse cuenta del horror que vivimos los venezolanos. Se trata de un gobierno que hace daño, que da palos de ciego, que ve las cosas desde sus muchas limitaciones.

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