Recientemente se celebró el día mundial de la salud sexual. Una revisión de los mensajes en las redes referidos a esa celebración, estaban relacionados, como es de buen entender, con la salud o su antónimo: enfermedad (es) sexual (es). El sexo no debería ser presentado como un problema, como una amenaza, más bien como lo que es o se espera que sea, algo agradable, gozoso.
Salud y sexo
Lo sexual suele reducirse en lo que se dice, escribe o piensa a las relaciones sexuales y ellas, en términos de salud sexual, a sustos o problemas: el embarazo indeseado y enfermedades sexuales. Poco se dice del goce, del cómo buscarlo, si es que no está allí, a flor de piel; o cómo optimizarlo. Siempre hay maneras.
Concebir el sexo en términos de salud sexual es hacerlo en la visión tradicional médica que concibe al ser humano en un continuo entre la enfermedad y la salud. Solemos ir a la consulta médica cuando nos sentimos mal, tenemos algún síntoma y el profesional nos ve, al menos, como una persona, potencialmente en esas condiciones, enferma. Eso ocurre con la llamada salud sexual, en contraposición a ella, hay una supuesta enfermedad, problema o algo indeseado. Pocas veces, algo bueno.
El concepto de salud sexual -aunque sea el institucionalizado- contribuye a que perdure la idea de asociar lo sexual con algo enfermizo o que prive la idea de que hay formas “sanas” o “normales” de sentirse/comportarse sexualmente, contra otras que son “enfermas” o “desviadas”, pensando en lo normal. Sería bueno revisar cómo pensamos, presentamos a lo sexual.
Sexo es más que sexo
El sexo suele asociarse a genitales (pene, vulva o intermedio), a hormonas (lo cual nos hace pensar en fuerzas intuitivas, impulsos incontrolables. Así se piensa de los varones), a cuerpo (o mejor dicho a carne) y, por allí nos acercamos a los placeres de la carne. Al goce sexual, a sentires (un raro cosquilleo), a atracciones (me gusta esto o aquello o aquel o aquella) y a relaciones sexuales, casi siempre.
Lo sexual tiene que ver con la expresión de la sexualidad, un concepto más amplio que lo genital, el cuerpo y las relaciones sexuales. Engloba eso, pero es más que eso. Incluye el cómo pensamos lo sexual, el cómo asumimos nuestra sexualidad (ojo, no nuestro sexo), cómo disfrutamos (o sufrimos) lo sexual, cómo expresamos nuestra sexualidad y por allí nos acercamos a otro concepto clave en este tema: el de género sexual. Lo que es ser hombre, mujer, ínter o transexual en la sociedad en que nos movemos. Eso es más que sexo.
Es necesario asumir la sexualidad más allá de la salud, aún en su acepción de bienestar físico y mental. Ver lo sexual en una perspectiva más allá de la salud nos permitiría pensarlo con más amplitud, de una forma integral, donde lo psicosociocultural es clave.
Reducir lo sexual al marco de la salud puede llevar a pensar que hay personas enfermas sexuales y otras, que no lo están, o lo que es peor: que unas son y otras, no. (favor atender aquí a la diferencia entre ser y estar). A lo sumo, en términos de salud sexual hay personas que tienen infecciones de transmisión sexual y otras, no. No más.
Lo sexual es goce
A una visión médica de lo sexual podríamos contraponer una visión culturalista, antropológica de lo sexual. Esta iría desde lo genital hasta el cómo nos comportamos en términos sexuales, lo cual incluye las relaciones sexuales y cómo nos comportamos de acuerdo al sexo. Desde algo tan simple como la posición de sentarse según lo planteado para el género hasta algo tan complicado y doloroso como la violencia hacia la mujer y lo femenino.
Las culturas, cualquiera que esta sea, y la religión, particularmente, como parte de cada cultura, han hecho ver a lo sexual como algo sucio, peligroso, pecaminoso, objeto de vergüenza. Por supuesto, algo íntimo, que pertenece al área privada y, en la medida de lo posible, tener en la oscuridad, oculto. En fin, como algo problemático, negando su esencia, el placer.
El goce es inherente a lo sexual y debería prolongarse, extenderse por siempre. Pero eso es solo un decir o un deseo. Lo usual es que la represión sociocultural, llegue hasta la psique a manera de represión psicológica y con ello, el cuerpo responda inhibiendo las respuestas sexuales placenteras. O, en casos extremos, como el de la ablación del clítoris, lo cual no permite sentir el placer sexual. Nunca.
Lo deseable sería asociar/conceptualizar el sexo en torno a lo que es su expresión natural: el goce y, por ello, la celebración del día -que nos invita a poner en la agenda de reflexión a lo sexual- debería ser bajo un concepto más amplio, algo así como el día mundial de la sexualidad, para considerar lo que hay en ella de goce y lo que no.
Goce a la mano
Siendo consecuente con la necesidad de cambiar la perspectiva sobre lo sexual, pensemos en la masturbación, un acto sexual que por mucho tiempo estuvo considerado como mala práctica, peligroso, pecaminoso, limitado a unas edades (adolescencia y juventud), a un sexo, los varones, y a la soltería. Por ello, mucha gente no se masturba aún teniendo ese recurso al alcance de la mano.
Masturbarse es una magnífica opción cuando se quiere placer sexual y no se tiene acceso a otra persona, o aún teniéndolo. Esa es parte de su versatilidad como forma de goce sexual. Uno se puede masturbar solo o en compañía, real o virtual, a cualquier hora, pero, eso sí, en privacidad.
La masturbación es una excelente alternativa a la penetración sexual cuando no hay una pareja exclusiva (o de confianza), como suele ocurrir a la gente más joven, o cuando no se dispone de condón (a cualquier edad), o, simplemente, cuando a uno le provoque.
Tocarse el clítoris o el pene con el movimiento que más plazca puede llevar al clímax. Y si hay oportunidad de acompañarse con besos, lamidas, toques por doquier, frases excitantes, olores, sabores, inclusive con sexo oral (sin tragar nada), es como acercarse a la gloria. En fin, masturbarse es un acto de libertad, como debería ser todo lo sexual.
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