Salvada por Teotiste Arocha de ser lanzada por la borda del barco que los llevaba a Europa, Rómulo Gallegos accedió a publicarla en Barcelona, superada la depresión que casi lo lleva a deshacerse del manuscrito. Estamos en 1929, año en que comenzó a navegar esta novela esencial, que ahora está a 10 años de cumplir un siglo.
Las explicaciones de profesores de literatura la han adocenado como un ejemplar de oro de la dicotomía Civilización-Barbarie, pero es mucho más que eso. Es la historia de las grandes transformaciones personales que experimenta una mujer que ha sido violada, que construye su vida sobre la venganza y que, ya madura, salda cuentas con el pasado y comienza de nuevo. Doña Bárbara no es “una devoradora de hombres,” es una víctima. Magistralmente trabajado el personaje por su autor, su presencia en la novela se da en gran medida por su ausencia, su fuerza es inmanente, como la de los tiranos que de tanto no dejarse ver se hacen omnipotentes. Más presente está el bueno de Santos Luzardo, un personaje mucho menos interesante que esta mujer herida que experimenta una honda metamorfosis a través de la emoción que nos cambia radicalmente: el amor.
La otra mujer que crece a lo largo de la obra es Marisela: la hija no deseada de la mujer víctima. Y también crece por impulso de la emoción fértil: el deseo, una fuerza que la lleva a amar al mismo hombre que su madre: Santos, el dulce, el honesto. Un personaje demasiado correcto para mi gusto, pero así lo dibujó Gallegos para colocarlo en el polo opuesto de Doña Bárbara. Por eso es una novela erótica: es el crecimiento del deseo en Bárbara por un hombre que es la némesis de quienes la dañaron. También es antagónico de Marisela el abogado formado en Caracas, está a años luz de una mujer joven, hermosa y analfabeta. Pero Eros solo visita a las mujeres de la historia: madre e hija. A Luzardo no, Gallegos lo deja inmaculado, ni siquiera lo torna en asesino, ni lo deja inclinarse ante el deseo de mujeres seductoras, bien por maduras o niñas, bien por perversas o ingenuas. Seres como Santos Luzardo no existen.
Y así como el deseo transforma, el odio enceguece, y de allí emanan no pocos acontecimientos en la novela, junto con el otro motor de muchas desgracias: la codicia. Comienza con el asesinato de un hijo por obra de su padre (José y Félix Luzardo), enajenado por una emoción primaria incontrolable, y sigue con más muertes, bien sea fríamente calculadas o fruto de una arrebato de ira y dolor.
El tema de los linderos y el robo de ganado, las vagabunderías de Ño Pernalete y las blandenguerías de Mujiquita están muy bien, porque así han sido los pecados de nuestra tribu, pero es lo menos cautivante de la novela, así como las faenas llaneras que no podían faltar. El nudo está en las tensiones polares entre Santos y la hija, y Santos y la madre. Pero cuidado, se trata de la madre que no ejerce, y la hija que tampoco ejerce de tal. Nadie está en su papel arquetipal. Es gente rara la que hace la novela, con Luzardo el correcto, solo, no habría obra.
Más que la novela que trabaja la dicotomía entre Civilización y Barbarie, que lo es, Doña Bárbara es una indagación psicológica de una mujer que experimenta un cambio profundo ante un hombre que se coloca como un espejo ante ella. El cambio está en que ella no lo destruye, que esta vez lo que no puede dominar no es triturado, fruto del resentimiento, si no que decide irse, reinventarse, internarse en el tremedal, en otra vida. Abandonarlo todo y comenzar de nuevo. Es la novela del renacimiento de Bárbara y del nacimiento al amor de Marisela. El personaje que introduce los cambios es Luzardo, pero paradójicamente es plano, sin caídas, sin sombras. De allí que más que un personaje sea una entelequia.
Se cumplen 90 años de esta novela de Gallegos que hizo del llano el espacio simbólico nacional. Nueva paradoja: la región menos habitada pasa a ser la que nos identifica literariamente. Otra paradoja: en una sociedad que descansa sobre la figura de la madre, la figura literaria esencial de la literatura venezolana es una madre irresponsable: Doña Bárbara. No deja de ser asombroso que nuestra novela más leída, la que es tenida como bandera de la venezolanidad, se teja alrededor de lo excepcional: una mujer que no responde por su hija y un hombre honrado que la erotiza y la transforma. Hay mucho Gallegos por releer y redescubrir. Muchas de las lecturas que se han hecho de su obra olvidan lo que no está a la vista: siempre lo más valioso.
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