¿Le gusta pasar tiempo en la naturaleza? ¿O es un entusiasta de la ciudad, más feliz en la jungla de asfalto que al aire libre? ¿Por qué algunos se sienten más conectados con la naturaleza que otros? Encontrar las respuestas a estas preguntas podría ayudar a descubrir cómo se puede mantener el bienestar físico y mental.
En 1986, el biólogo Edward Wilson propuso que los seres humanos tienen una conexión innata, emocional y genética con el mundo natural. Una idea conocida como biofilia, término utilizado por primera vez por el psicólogo y filósofo Erich Fromm. En este sentido, las personas se consideran “animales sociales y naturales” que necesitan del contacto con otros seres humanos y la naturaleza.
Un reciente estudio publicado en la revista Plos Biology descubrió que la percepción y apreciación de la naturaleza por parte de una persona, se explica en buena medida por la genética. Para tratar de entender el por qué ocurre esto, la Dra. Chia-Chang y su equipo encuestaron a 1153 pares de gemelos registrados en TwinsUK, intentando identificar la influencia del ADN en los gustos y experiencias hacia la naturaleza. Para separar los efectos de la genética de las influencias del entorno como la crianza sobre el comportamiento humano, se emplean con frecuencia estudios con gemelos.
El equipo investigó las “experiencias naturales” de los gemelos, incluida la frecuencia con la que pudieron acceder a lugares al aire libre, como espacios verdes y jardines públicos, y durante cuánto tiempo lo hicieron, evaluando la coincidencia de los gustos en cada par de gemelos. Al comparar los gemelos monocigóticos (idénticos) que comparten el 100% de su ADN con los dicigóticos (gemelos no idénticos) que solo comparten el 50%, el equipo determinó que los gemelos idénticos tenían gustos similares hacia la interacción con la naturaleza, en comparación con los gemelos no idénticos. Lo que sugiere que la afinidad por los espacios naturales, podría ser heredable.
En el estudio, los científicos también observaron rasgos como la edad, con participantes que se encontraban entre los 19 y los 89 años. El equipo reveló que cualquier efecto hereditario sobre la interacción con la naturaleza, tiende a disminuir a medida que las personas envejecen. Afirman que esto puede deberse a los efectos acumulativos de los factores del entorno a medida que se envejece, como diferentes experiencias de vida, situaciones económicas y limitaciones en la salud.
En última instancia, si bien estudios anteriores habían revelado que pasar tiempo en espacios naturales mejora el bienestar mental, se ha visto que esto varía en cada persona. Por vez primera, dicen los investigadores, este estudio ha revelado que es probable que haya un componente genético en las predisposiciones hacia la naturaleza y la inclinación en visitar espacios naturales.
La edificación de grandes ciudades también puede inclinar la orientación hacia la naturaleza por parte de las personas. En entornos urbanos, la capacidad de las personas para acceder a la naturaleza está lejos de ser igual. A pesar de esto, el equipo científico sugirió que las personas más “afines a la naturaleza” aún podrían buscar espacios naturales, independientemente de cuán urbanizados puedan estar sus hogares y obtendrían más beneficios al estar en espacios naturales. Ejemplo de esto se puede apreciar en la gran afluencia de personas que disfrutan del vínculo con la naturaleza en las “islas naturales” de la Gran Caracas, como el Parque Nacional El Ávila, las Cuevas del Indio, Parque del Este, etc.
Estudios anteriores han demostrado que el estatus socioeconómico es un factor importante a la hora de determinar el acceso a la naturaleza, ya que las personas con menos recursos tienen poca capacidad para visitar los espacios verdes. Este es un problema social que debe abordarse si se quiere tener un acceso equitativo a la naturaleza, especialmente en la medida en que sigue aumentando una población cada vez más urbanizada. La OMS recomienda que las ciudades tengan espacios naturales, al menos 16 metros cuadrados de áreas verdes por habitante, para favorecer su bienestar integral.
Entonces, ¿es la fuerte influencia genética lo que define el amor por la naturaleza? Al parecer, es uno de los principales factores que intervienen. Existe una fuerte afinidad con la naturaleza que confirió una ventaja de supervivencia significativa para los primeros humanos. Esto podría haber llevado a la formación de redes complejas de genes que gobiernan cómo los seres humanos se relacionan con la naturaleza y de qué manera se comportan ante ella. En otras palabras, la base fundamental de la herencia humana está entrelazada con el vínculo hacia la naturaleza.
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