Decía Rómulo Betancourt que para gobernar este país había que leerse -y entender- los 20 tomos de la Historia Contemporánea de Venezuela de Francisco González Guinan. Ese empeño por el estudio es lo que diferencia al Hombre de Estado, al estadista, del simple líder. En general, mientras el primero piensa en la construcción de la República, al segundo le preocupa que no le dejen fuera en la distribución de los cargos públicos. Para el primero la Política -así con mayúscula- se constituye en un espacio para el servicio a los demás, mientras que para el segundo, la política no es más que un resuelve que le permite ejercer el poder.

Estoy seguro que uno no se hubiera encontrado con un hombre o una mujer de la generación del 28 que hubiese dudado al referirse al contenido sustantivo de una fecha patria tan importante, por ejemplo, como el 19 de Abril. Pero tampoco se hubiera encontrado con una manipulación descarada que les permitiese utilizar la historia a su favor. Vivimos la crisis republicana más importante de los últimos cien años. En mi opinión nos estamos jugando a Rosalinda. Se trata de que la viabilidad misma del Estado nacional se encuentra en cuestionamiento. Es claro que las propuesta de organización política que nos ha propuesto el chavismo no funciona. También lo es que aún no se ha estructurado de manera clara una propuesta alternativa.

Ese es precisamente el dilema. Es cierto que debemos dar un paso hacia adelante en el sentido de sustituir eso que no funciona. A fin de cuenta, los venezolanos de estos tiempos hemos visto cómo se ha deteriorado de manera sustantiva la calidad de nuestras vidas y nuestro bienestar. Somos una sociedad que vive cada vez peor, que no puede hacer previsiones acerca del futuro, que es cada día más dependiente de la renta petrolera, que somos improductivos y vulnerables. Amartya Sen, premio Nobel de Economía de 1998, propone que debemos vivir vidas que valgan la pena ser vividas, es decir, que impliquen la realización de las personas y su dignidad.

Se trata de vidas en las cuales las personas pueden garantizar su bienestar en términos de la búsqueda de aquellas actividades que consideren valiosas, desde las cuales puedan ser felices. Se trata de la definición de un rango de oportunidades desde el cual las personas podrán hacer aquello que desean para sí mismos a lo largo de sus vidas. Vale decir, que en Venezuela las grandes mayorías han visto cómo se reduce la posibilidad de desarrollarse autónomamente, en el ejercicio pleno de la libertad, con la disponibilidad adecuada de recursos y con las garantías personales que mínimamente uno requiere para vivir una vida civilizada. Acá se nos ha impuesto el miedo como modo de organización social.

El problema es que no se nos muestra, al menos conceptualmente, una alternativa clara para el drama nacional que vivimos. En realidad llama la atención la manera sistemática como nuestra clase política desprecia el estudio y el pensamiento. Como si la política en los tiempos turbulentos en los que vivimos no fuese más que un quehacer cotidiano. Si uno entiende que la política tiene que ver con las construcción de los espacios de convivencia y, diría Axelrod, la evolución del comportamiento cooperativo, entonces no queda más que decir que se trata de una actividad de largo aliento que implica la construcción de categorías y la definición de los contenidos del proyecto de sociedad al cual aspiramos.

Se considera que hay un abismo entre el conocimiento teórico y el ejercicio práctico del poder. Me permito disentir, hace ya más de cien años Lenin resuelve el dilema al proponer que no habría revolución (se refería a la Revolución Bolchevique) sin teoría revolucionaria. Así mismo, podemos decir que no hay democracia sin teoría democrática, ni política sin teoría política. De allí la necesidad de tender puentes entre el pensamiento y la acción.

Hacer las cosas de manera diferente, implica jugar al voluntarismo, creer que todo se resuelve en un vuelvan caras. Nos corresponde a los venezolanos de estos tiempos liberarnos de la ideas del ‘país campamento’, de la inmediatez como forma de ser, de la frivolidad con la cual actuamos. Vivimos un momento muy serio, de mucha complejidad, que no se resuelve con una agenda parlamentaria populista, ni con créditos del exterior, ni con amenazas. Es un momento que requiere de un gran esfuerzo nacional de entendimiento y de acción.

Yo creo que nos jugamos la posibilidad de construir la paz. Hemos estado en esta confrontación absurda durante ya demasiado tiempo. Si hay una cosa que me preocupa es haber visto este 19 de abril a dos países que se dan la espalda, que no se comprenden, que se desprecian. Cualquier proyecto de reconstrucción del país pasa por entender que todos formamos parte de este espacio social, que compartimos la misma historia y que somos la misma gente. No se puede construir desde los extremos.

Foto: www.publico.es

Internacionalista. Director de la Escuela de Comunicación Social - UCV. Doctor en Ciencias Políticas. Profesor en la Universidad Central de Venezuela. Consultor.

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