Serios vacíos conceptuales, propios de actores políticos, sin más escrúpulos que los definidos por su avaricia, permitieron el ascenso de personas sin formación para gobernar. Sin mayor sentido de los problemas terminales que padece la sociedad y sus instituciones.

La antipolítica o animadversión hacia el papel de los partidos políticos, desvirtuó el significado de la política como el arte de conciliar la condición egoísta del hombre con las virtudes que se oxigenan en la espiritualidad. Este problema hizo que la vocación electoral de muchos de los actuales dirigentes políticos, comenzaran a desviarse de las líneas que sus discursos anunciaban al momento de buscar el apoyo de la gente para asegurar el espacio político ansiado. Todo, por participar o formar parte del pestilente juego que las circunstancias animaron al paso de las exigencias económicas y sociales motivadas en el curso de la crisis política que dieron al traste los ansiados objetivos que clamaba el tránsito del tiempo.

Sin embargo, apresuradamente, surgieron fórmulas que invitaban a corregir los males generados por la cabalgante y cuestionada antipolítica. Los gobiernos intentaban ofrecer rutas de salida pero que terminaron acusando rutas que eran más de lo mismo. Quizás, peor pues figuraban meros paliativos que poco o nada contribuyeron a superar los abusos en que incurrió la antipolítica encubierta. Fue la razón expedita para que realidades como la venezolana, en 1999, año en que la antipolítica protagonizara un calumnioso papel, apostaran al establecimiento de una nueva constitución nacional para lo cual se apeló a mecanismos jurídicos validados por la figura de una Asamblea Constituyente.

Aún así, las coyunturas se prestaron para que algunos procesos se vieran desnaturalizados. No sólo en lo funcional. También, desde el punto de vista de la organización que los mismos, política y administrativamente, requerían. Dichos apresuramientos hicieron que la normativa electoral sufriera reconfiguraciones en su concepción politológica los cuales devinieron en cambios que no tendieron a favorecer el equilibrio visto desde la ecuanimidad necesaria para que los susodichos procesos electorales fueran considerados auténticamente democráticos. Permitieron que algunos subprocesos se viciaran lo cual indujo a que se dieran prácticas políticas amañadas.

Se institucionalizó una metodología electoral cuyas fisuras teóricas dieron paso libre a criterios políticos sin mayor fundamento, toda vez que eran medidas tomadas a instancia de conciliábulos gestados a nivel de cúpulas. Estos vacíos conceptuales permitieron el ascenso de politiqueros de oficio. Peor aún, sin formación para gobernar. Sin mayor o ningún sentido de los problemas terminales que padece la sociedad y sus instituciones.

En el fragor de esta obcecación, se alistaron candidatos sin las capacidades necesarias para comprender asuntos de gobierno. Menos de planificación, formulación, coordinación, administración y evaluación de políticas públicas. Candidatos que solamente con el aval del partido de gobierno o de cenáculos de organizaciones políticas, creían y siguen pensándolo creen que dicho apoyo es suficiente para arrogarse condiciones que le garantizarían su arribo al poder. Pero también, el éxito de la gestión política a emprender.

No hay duda que en estos dirigentes políticos, la mediocridad impide profundizar en los tema-problemas que han ocasionado el caos vigente. Carecen de la escrupulosidad que exige el análisis para examinar toda situación atiborrada de viejos y nuevos problemas que, en el fondo, son razones directas del colapso que arremete contra el país en su generalidad. Sus discursos son escandalosos no tanto por la bulla, como por el vacío conceptual que exponen.

Son politiqueros sin formación para conducir procesos sociales inciertos, creativos y variables. Tampoco conocen de gerencia pública, ni de gestión política. El cambio ofertado es casi nada para lo que demanda una Venezuela gravemente confundida. Además, perdida en el marasmo y haciendo aguas por todos lados lo cual justifica un tanto la animosidad contra los partidos políticos toda vez que extraviaron su razón de ser. Es el tránsito que, como agudo problema, explica el contrariado devenir que tiene en ascuas al país, en medio de estado de fatal nerviosismo y peligrosa expectación Es como ir para luego devolverse. Y que en el caso venezolano, es andar entre la política y la antipolítica.

“Cuando la incertidumbre a modo de circunstancia, se entiende sin mayor respeto de su análisis, lejos de encarar los problemas de posible incidencia, su precario manejo se convierte en un arma de doble filo capaz de descarriar la vida de un país entero”.

Foto: Archivo Efecto Cocuyo

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Las opiniones emitidas en esta sección son de la entera responsabilidad de sus autores.

Profesor Titular ULA, Dr. Ciencias del Desarrollo, MSc Ciencias Políticas, MSc Planificación del Desarrollo, Especialista Gerencia Pública, Especialista Gestión de Gobierno, Periodista Ciudadano (UCAB),...

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