Los venezolanos de estos tiempos tenemos dificultad para darnos cuenta de los retos que enfrentamos como sociedad. Quizás por eso nos dedicamos a discutir lo obvio. La situación que enfrentamos es simplemente dramática. Ciertamente estamos perdiendo las condiciones que nos permiten hablar de una vida civilizada y nuestra convivencia colectiva se hace cada día más difícil en medio de la impunidad, la escasez, la inflación y la violencia generalizada que enfrentamos.

Nuestros problemas son graves, van desde lo obvio, la dificultad para sobrevivir con sueldos tremendamente devaluados, hasta la imposibilidad de caminar tranquilos por las calles sin temor a que entrar en esa estadística perversa que se estructura alrededor de la Morgue de Bello Monte. Pasando, claro, por el deterioro de la educación, el mal funcionamiento de nuestro sistema de salud o la incapacidad del Estado para monopolizar la coacción física legitima. Lo que debería estar claro entre nosotros a estas alturas es que el Estado ha dejado de funcionar como mecanismo ordenador.

Lo extraño, en consecuencia, no es que estemos sometidos a una situación generalizada de inestabilidad, a una profunda incertidumbre, a una lógica violente. Lo que llama la atención es que esa violencia no se haya generalizado entre nosotros. Es cierto que vivimos en una sociedad agresiva, que nos encontramos en una especie de cuerda floja. Sin embargo, aun hay límites, cada vez más tenues, a la confrontación abierta. Esto a pesar de que el año pasado tuvimos casi veinte mil fallecidos por violencia.

Una sociedad no puede vivir permanentemente al borde de la confrontación, la violencia que enfrentamos no deja espacio para la creatividad o para el encuentro cívico. De hecho uno tendría que decir que la polarización es una enfermedad social que está instalada entre nosotros y que se constituye en una limitante para la construcción del futuro colectivo. No es casual que tanta gente emigre del país, en los últimos años hemos visto como se deteriora nuestro Bienestar.

Es menester redefinir los contenidos de nuestro juego político. Nos encontramos frente a la necesidad de reconstituir el contrato colectivo. Debemos establecer los contenidos de la agenda pública para incorporar un problema vital, aquel que está referido a la ruptura de los contenidos de nuestra moralidad pública. Un país que no tiene claro el valor de la vida humana, no posee una valoración colectiva sobre lo que es bueno y aceptable socialmente y lo que no lo es, de lo que significa incluir a otros, etc., se constituye en una sociedad inviable en el largo plazo. Esto al menos en términos de la construcción de la democracia.

No es posible que sigamos discutiendo el problema económico, que es grave, o que nos dediquemos a plantear soluciones que rayan en el populismo sin que en nuestro discurso público se haya introducido una discusión acerca de lo que somos como sociedad, acerca de la ruta que estamos siguiendo, acerca de las consecuencias perversas de las formas de convivencia colectiva que están planteadas entre nosotros. No es posible que en esta sociedad prevalezca el resentimiento, el odio, la desconfianza, sin que nos hayamos planteado la necesidad de revisarnos.

Uno siente inevitablemente que esta situación de confrontación permanente nos ha dañado el alma, que no somos capaces de lanzar puentes que unan a esa sociedad dividida en la que nos han convertido. Es perverso que vivamos bajo la lógica del nosotros y los otros. Es necesario reconstituir nuestro ethos republicano, rescatar nuestra historia para comprenderla y tener un punto desde el cual caminar hacia el futuro. Es necesario reconstituir nuestro Pacto Social, para lo cual hace falta una cruzada nacional que permita ganar voluntades, acabar con resquemores y rencillas, exigir el reconocimiento de la grave situación que está implícita en ese empeño de construir al país desde una sola perspectiva, sin tomar en cuenta a los demás.

El problema es tan grave que no se resuelve con una enmienda constitucional o con una constituyente, ya por allí hemos pasado con las consecuencias ya conocidas. Rawls lo plantea claramente en su Teoría de la Justicia, el problema del diseño de la sociedad se juega en el momento preconstitucional, es un momento que va mas allá de la técnica legislativa y que tiene que ver con las concepciones a partir de las cuales se define la estructura de la sociedad, la determinación de las ideas a partir de las cuales se construye la identidad colectiva, las concepciones que sirven para unificar el sentido de aquello que es común a todos nosotros. Se trata de la definición clara de los contenidos ético-morales a partir de lo se construye la convivencia colectiva.

Internacionalista. Director de la Escuela de Comunicación Social - UCV. Doctor en Ciencias Políticas. Profesor en la Universidad Central de Venezuela. Consultor.

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