El 1 de diciembre se celebró el día internacional de lucha contra el VIH-SIDA, una de las más feroces epidemias que ha azotado a la humanidad en los últimos años. Pero este año 2020 casi pasa desapercibido. La atención del mundo está centrada en otra epidemia, la del Covid-19. No hemos salido de una cuando llegó la otra y pareciera que cuando hay virus nuevo, los otros no hacen memoria.
El VIH sigue haciendo de las suyas
Desde los primeros casos de infecciones con el virus de inmunodeficiencia humana, hace cuatro décadas, cerca de 80 millones de personas se han infectado con ese virus, en todo el mundo, y unas 35 millones han muerto a causa del SIDA, un conjunto de enfermedades producidas por la debilidad del sistema inmunológico debido a la presencia del VIH en el cuerpo.
Con el pasar del tiempo, alguna gente ha desatendido la protección recomendada por las autoridades sanitarias porque cree que el VIH es una epidemia del siglo pasado o que quien se infectó de ese virus, se murió hace tiempo, o quien “lo agarre”, se toma unos medicamentos y listo de SIDA no se muere, o, en última instancia, que de algo uno se va a morir. Entonces, a tirar/a follar que el mundo se va acabar, canta un decir popular.
La referencia al tirar/follar viene porque esa sigue siendo la forma más frecuente de transmisión del VIH. Claro, si las relaciones sexuales son con penetración y sin usar condón. Las otras formas de contagio como una transfusión sanguínea, compartir jeringas de uso intravenoso y la transmisión del virus de embarazadas infectadas al feto, se han logrado reducir significativamente. Sobre todo en los países ricos.
Otro gran avance en el control de la epidemia de VIH-SIDA ha sido el desarrollo del tratamiento antirretroviral (TAR), que puede evitar que la persona con VIH desarrolle SIDA y la infección se mantenga como una condición crónica, inclusive con buena calidad de vida durante décadas.
El tratamiento antirretroviral es de tan alto costo que a la inmensa mayoría de personas infectadas con el VIH le sería imposible pagarlo, pero gracias a sus luchas y el apoyo de organismos internacionales se ha logrado que la mayoría de los gobiernos faciliten el tratamiento sin costo alguno para las personas. Esto obliga a que los países dispongan de un sistema de salud eficiente y con un buen presupuesto. Si la persona bajo tratamiento ARV deja de recibirlo, las consecuencias para su organismo pueden ser catastróficas.
A pesar de avances en la prevención y tratamiento del VIH-Sida, en cuarenta años el problema no se ha resuelto. Según la Organización Mundial de la Salud, en el 2019, cerca de 2 millones de personas se infectaron de VIH y cerca de 700.000 murieron, en todo el mundo, por enfermedades asociadas con el SIDA.
Se estima que, en el mundo, viven cerca de 40 millones de personas con VIH y como solo un poco más de la mitad tiene acceso a la terapia antirretrovírica unos 15 millones, a estas alturas, corren el riesgo de morir de SIDA.
VIH y coronavirus
La atención de las personas con VIH requiere de un sistema de salud que cuente con un personal especializado, garantía de acceso al tratamiento, exámenes de sangre específicos, atención de enfermedades de manera oportuna, entre otras necesidades. Por lo tanto, que los organismos internacionales y los gobiernos dispongan de presupuesto para estos insumos y servicios. Esto ya era difícil en los países pobres.
En el 2020, el año en que estalla la pandemia del coronavirus en el mundo, los casi 70 millones de personas infectadas por ese virus y el millón y medio de fallecidas por COVID-19, ha obligado a que las demandas y la atención de las personas con VIH haya dejado de ser prioritaria, si es que alguna vez lo fue.
Junto a la crisis de atención y tratamiento a personas con VIH en estos tiempos del coronavirus es posible que el confinamiento preventivo este virus haya aumentado la transmisión del otro virus, el VIH. La angustia por el encierro quizás haya disparado las relaciones sexuales desprotegidas y las limitaciones de movilidad y merma de los recursos económicos puede haber dificultado el uso de condones.
El peligro aumenta porque después de 40 años de haberse descubierto el VIH y conocidos los estragos sociales de esta epidemia en el mundo, no hay una vacuna contra ese virus.
Las vacunas
La promesa de la vacuna anti VIH lleva casi 30 años y, hasta ahora, nada. Cualquiera que hayan sido las razones, biológicas, económicas, políticas, sociales, que hayan dificultado el desarrollo de esa vacuna, el asunto es que todavía no existe. Apenas hace poco se anunció el pase a una tercera fase de experimentación para una posible vacuna anti VIH después de casi diez años de paralizada la investigación respectiva.
Mientras tanto, en menos de un año que el Covid-19 está entre nosotros, el mundo está desesperado por la consecución de una vacuna y, muy probablemente, se obtenga en cuestión de semanas, meses. Organismos internacionales, empresas privadas y gobiernos de países ricos están invirtiendo millones de dólares y euros para conseguir la vacuna anti Covid-19 a la brevedad posible.
La urgencia de la vacuna anti Covid-19 no es tanto salvar vidas, sino las economías menguantes como consecuencia de la paralización mundial por esta pandemia.
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