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La identidad, en tanto que facultad de la cual se vale un individuo u objeto para diferenciarse de otro, es un valor. Valor que induce en el ser humano la virtud necesaria para actuar con un propósito loable ante ciertas circunstancias. Aunque como término, tiene una connotación especial para la Matemática, así como para el ejercicio del Derecho. Pero la acepción de “identidad” que esta disertación busca destacar es otra. Y es la de identidad, pero en su dimensión política y como valor moral.

En ese sentido, la Real Academia Española la explica como “entereza de ánimo para cumplir los deberes de la ciudadanía, sin arredrarse por amenazas, peligros ni vejámenes”. Así que bien cabe la relación que se establece entre “identidad” y “política”.

De este modo, la finalidad que acompaña estas líneas, se corresponde con el problema que la pandemia  —causada por la violenta irrupción del COVID-19— ha acentuado. Incluso, en contradicción con lo que se ha definido cuando se habla de la sociedad del conocimiento. Sobre todo, desde que la educación vio en la “formación de valores” el canal más directo para que, social y culturalmente, las comunidades elevaran su nivel de concienciación sobre la necesidad de adquirir la identidad. Una que mejor se asocie con la historia política, social y económica de las naciones que, frontalmente, apuestan a su desarrollo.

No obstante, alrededor de ello se tienen distintos problemas. Pero el problema que en lo particular refiere el presente escrito, tiene que ver con la crisis de tolerancia o acuerdo consabido entre los miembros de una sociedad. Miembros estos mancomunados alrededor de un pacto social. Y que para los efectos de la política, en su comprensión más depurada, es la Constitución. Es decir, la Carta Magna, cuyo contenido exhorta libertades y derechos dirigidos a juntar las capacidades y fortalezas posibles. Todo, en aras de procurar el mayor bienestar posible.

¿Qué pasa cuando tan importantes objetivos no han sido debidamente conseguidos? No sólo en el curso de la dinámica que dictó la normalidad de las realidades políticas, económicas y sociales recién vividas o disfrutadas. Peor aún. En medio de la situación que ahora está por venir. Particularmente, como consecuencia de la pandemia que ha azotado la salud tantos seres humanos alrededor del mundo.

La identidad política, ante tergiversaciones amañadas

Hay que decirlo: la “identidad”, como valor político y valor moral, se perdió. Se extravió entre los desmanes de un mundo dominado por un corrompido capitalismo, en su lucha por desequilibrar (adrede) el poder de ciertas potencias económicas y militares. Al menos, es lo que se deduce de lo más remarcado noticiosamente.

Fundamentalmente, cuando se advierten ciudades vacías. Familias separadas. O concentradas a desdén de valores tan importantes como la concordancia o el respeto mutuo. Cuando se nota la falta de solidaridad que se requiere en situaciones tan insidiosas como las que representa el llamado aislamiento, confinamiento. Y que, finalmente, no es otra cosa diferente de lo que induce la idea de gheto o prisión colectiva. Pero que en el fondo actúa como una especie de control social con groseros fines políticos. O “domesticamiento”. Un aislamiento ciudadano por intereses de amañadas razones.

Después del tránsito por el que ha vivido la historia de los pueblos, muchas naciones siguen marginando el concepto de identidad. Su discernimiento sigue sin haber cuajado en la cotidianidad política y social. No ha habido forma de que se haya declarado un pronunciamiento en dicha dirección. O sea, de reconocer que en el contacto y apertura de la sociedad a partir de los elementos morales y éticos, va construyéndose la cultura que a ello corresponde. Y lo más importante, su identidad.

Identidad atropellada

Pero así como se ha señalado el descarrío de valores como la confianza, la ecuanimidad, la libertad, la igualdad, la verdad, la equidad, o el estoicismo como razones de la crisis política (y económica) en proceso, asimismo la “identidad” se ha visto atropellada por el furor de calamidades que arrollan todo cuanto les impida su paso. Y sin duda, una de ellas es la causada por la pandemia del nuevo coronavirus.

El conformismo conspiró en perjuicio de lo que siempre ha pretendido instaurarse desde  la identidad toda vez que actúa asociada con un valor tan trascendental como el de “pertenencia”. Pero en el trajín de sociedades que se desbordaron en egoísmos, la identidad comenzó a verse agotada en términos de su capacidad para reconstruirse.

Y es que mientras una nación no supere la debilidad que causa mirar el tiempo pasado, nunca podrá forjar una nueva identidad. Una identidad capaz de conquistar un destino diferente en virtud de lo que podría merecerse una nación con consciencia de un futuro promisor. No una identidad estética que sólo abarque el aspecto estructural que delimita una realidad en su apariencia o belleza física.

Sobre todo, porque esa presunta identidad que muchas veces exhorta un discurso populista reivindicado por la demagogia, no es auténtica. Tampoco es legítima, pues viene en auxilio de fantasías. O de lo más estancado que reviste una realidad de oscuro matiz. Vale asentir que todo yace oculto en lo más recóndito de cuanto puede configurar las posibilidades y potencialidades de desarrollo y crecimiento de una nación.

Lo contrario, es lo que ha estado caracterizando ciertas realidades embutidas por presumidas ideologías cuyos fundamentos filosóficos y epistemológicos se entraban entre sí. Y por ello, sólo resultan condiciones que encumbran realidades disfrazadas. Realidades convertidas en basura por causa de banalidades que se hallan inmersas en sus entornos y contornos. Porque están ausentes de valores. O porque el populismo las ha arrastrado a verse confundidas con el inacabado término de “patria”, inculcado desde el ejercicio de la politiquería. Y que en el fondo, se dejan ver tal como lo que son, simplemente. O sea, realidades sin identidad.

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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

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Profesor Titular ULA, Dr. Ciencias del Desarrollo, MSc Ciencias Políticas, MSc Planificación del Desarrollo, Especialista Gerencia Pública, Especialista Gestión de Gobierno, Periodista Ciudadano (UCAB),...