Gobernar es un asunto que exige razones, proposiciones, actuaciones y realizaciones. El problema es la dificultad que estriba entre la causalidad de las razones y la precariedad de las proposiciones. La dificultad operativa entre la condición de las actuaciones, y la disposición y nivel de las realizaciones. Mientras que estas conjunciones no logren alinearse bajo la égida de un equilibrio funcional, no es posible dar con un “buen gobierno”. Más, cuando las mismas requieren acciones de gobierno apegadas a la Justicia y al Derecho. A la verdad, la transparencia, la responsabilidad y la confianza.

Por eso la teoría política exalta la existencia de sistemas políticos amplios en términos de las libertades y los derechos que han de gozar los ciudadanos a fin de procurar un nivel propicio de bienestar en todos los sentidos.

Más si la misma teoría política detenta entre sus postulados, aquella consideración que define un “bueno gobierno”. A ese respecto, expresa que un “buen gobierno”, aunque suena a frase de presuntuosa consistencia operativa e instrumental, es aquel cuya gestión se logra cumpliendo con principios políticos y sociales que garanticen la pluralidad, la limpidez y la austeridad. Todo ello, en función de alcanzar la eficacia y eficiencia que demandan las necesidades clamadas por la población gobernada.

Deplorablemente, las realidades son profundamente distintas. Sobre todo, en países que siguen patrones ideológicos cercanos a lo que determina el autoritarismo. O que se sirven del guión que prosiguen dirigentes políticos que se acogen al populismo como criterio o pauta capaz de direccionar procesos políticos que cautivan aduladores, furibundos, sediciosos e ilusos. Ello ocurre, principalmente a consecuencia de incentivos manejados a través de discursos sugestivos y atrapa-bobos. De los mismos, se valen facciones políticas caracterizadas por el manejo pernicioso de determinadas formas de manipulación. Siempre, buscando arrimarse al poder. Y desde luego, acceder a él y conquistarlo a plenitud.

Al posicionarse en el poder cuadrillas de mercenarios de la políticas e impostores de baja calaña, la institucionalidad que cimentaba el ordenamiento jurídico de un Estado o país, se vuelve un embrollado casi imposible de reordenar en aras de su desarrollo. Por eso sus realidades, lejos de avanzar en virtud de lo que sus discursos han prometido, se entrampan como producto de la corrupción, la inequidad y la intolerancia que ofusca el horizonte inmediato.

Cabe acá entonces recordar la frase de Mahatma Gandhi, cuando expresó que “si hay un idiota en el poder, es porque quienes lo eligieron están bien representados”. Tan categórica expresión, no fue pensada en el vacío que las realidades van dejando a su paso por la vida política que sus acciones van tramando.

La historia política de los pueblos, bien se constituyen en perfectos retratos de lo que cada gobierno imprime en su caminar. Muy a pesar de que cada historiador cuenta su propia historia o la que convenga a juicio de los intereses políticos que comulga.

Sin embargo, el teórico político Joseph De Maistre, sembró una verdad que hasta ahora no ha podido negarse. Tampoco, refutarse. Refería De Maistre que “cada nación, tiene el gobierno que se merece” lo cual pone en evidencia el peso que tiene la política para motivar la elección hacia quien pudiera contar con más apoyo. O con un apoyo direccionado a instancia de sonoras ofertas sin fundamento. Aunque situarse entre los desaciertos sobre los cuales se configura la política, lleva a inferir la siguiente conclusión:

Una elección política que poco se precie de sus potencialidades para alcanzar la victoria electoral aguardada, se convierte en un acto en el que cualquier tendencia puede contaminar los esfuerzos realizados en la línea de un triunfo político perseguido. Es la razón por la cual cualquier elección política, termina arrojando el resultado menos esperado.

Pero como en política, tal como explicaba el político e historiador en la segunda mitad del siglo XIX, Antonio Canovas Del Castillo, “(…) lo que no es posible, es falso”. He ahí la analogía de la política con la matemática. De manera que no siempre la concordancia entre lo racional y lo conveniente, tienen cabida en el mundo de lo posible.

Cuando este tipo de imprecisiones activa angustias en el individuo, caben errores por todos lados. Y en política tan cierta sentencia, adquiere mayor sentido al momento en que se llama a un proceso eleccionario. Sobre todo, en medio de una situación donde las palabras contradicen las realidades. Caso de gobiernos dominados por la insensatez.

Es la oportunidad exacta para que la política complique todo. Aunque en lo que sí aventaja dicha presunción de saboteo o chantaje, es que los votantes se aprovechan de la confusión sembrada para hacer de la suyas mediante la imposición de aquel candidato que promete más. Como si sus promesas fueran garantías de un “buen gobierno”. Cuando en verdad, resulta todo lo contrario. Es ahí cuando tiene cabida la frase: ¡Idiotas al poder!

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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

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Profesor Titular ULA, Dr. Ciencias del Desarrollo, MSc Ciencias Políticas, MSc Planificación del Desarrollo, Especialista Gerencia Pública, Especialista Gestión de Gobierno, Periodista Ciudadano (UCAB),...