Desde que el escritor y filósofo francés, Edmund Thiandiere, refirió que “la política es el arte de disfrazar de interés general el interés particular”, todo comenzó a reescribirse bajo el influjo de parámetros poco dilucidados hasta entonces. La política apostaba para dar con la felicidad del hombre, aún en medio de las más borrascosas circunstancias.
Actualmente, el arte de la política, habida cuenta que es igualmente calificada como una ciencia social, se ha visto conculcada por consideraciones baladíes que han conducido al hombre a ser víctima de sus pasiones, egoísmos y envidias.
Ahora la política se ha asociado a prácticas envenenadas por negocios que rompen las barreras de virtudes y valores. Complicaciones que resienten razones y enturbian la autoridad moral para gobernar. Se emplea un lenguaje que lacera la dignidad y responsabilidad ciudadana.
El ejercicio de la política se contamina de enfermedades que perjudican la gobernabilidad. Tanto como el equilibrio de los poderes públicos y la confianza sobre la cual debe descansar la perseverancia de la política.
El político de hoy, generalmente tiene una visión borrosa, confundida o disminuida de las realidades. Esto sucede mayormente, en el fragor de gobiernos que poco o nada comprenden los alcances de la gobernanza. O las repercusiones de la ingobernabilidad. Su precaria formación los atrapa a consecuencia de la desesperación que padecen ante los tiempos por venir. El reloj se convierte para ellos en un enemigo implacable.
No tienen idea alguna de lo que en esencia es la política. No entienden que el ejercicio de la política debe buscar la convivencia en toda su amplitud. En consecuencia, la política debe ser capaz de demostrar las razones que sustentan su ideario. De motivar según las capacidades y proyectos que cada quien tenga para sí. De procurar que se disfrute la historia política como basamento ideológico, que inspire nuevos desarrollos políticos. De acuciar reflexiones que conduzcan a concienciar la importancia de compartir la política como ejercicio de vida social y económica.
El ejercicio político que se desenvuelve en sociedades integradas por su pluralismo, debe ser la bandera que debe izarse en cada evento. Pues más que abatir con discursos que rayan en lo repetitivo y tedioso, el propósito debe ser exaltar la ciudadanía como fundamento de integración, consolidación y unificación de la sociedad.
Pero las realidades son otra cosa. Evidencian las equivocaciones que, reiteradamente, son utilizadas como dinamos de los tiempos en curso. De esa forma, la política se disfraza de cuánta ideología es posible con la finalidad de aparentar lo que resulta absurdo mostrar. Aunque el problema se acrecienta cuando la política intenta desvirtuar las realidades.
La política en su contradictorio juego por convencer las emociones de una colectividad, bien puede representarla Venezuela con su carga de conflictos y engaños , donde el gobierno se rige por una “ineptocracia”. Este género ideológico, es “un sistema de gobierno en el que los menos preparados para gobernar son elegidos por los menos preparados para producir y por los más incapaces para triunfar a partir del esfuerzo propio”. Así lo conceptúa el escritor Jean d’Ormesson, quien fuera miembro natural de la Academia Francesa. A decir por las realidades analizadas, la gestión política imperante ha hecho de Venezuela la más descarada vergüenza bolivariana. O sea, el reino de lo absurdo.
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