Ayer me tocaba entrevistar por Zoom a un candidato para el área de Estrategia de Negocios de la empresa consultora que presido. Cuando el líder de la unidad me dio la referencia del candidato a volandas, minutos antes del Zoom, me dijo: – Se llama Daniel Mejías (o eso entendí). 27 años, Summa Cum Laude en Estudios Liberales de la Unimet y cursando segundo año de la Maestría de Finanzas en el IESA

3:00 pm en punto, hora convenida de la entrevista, estaba solo, esperando en zoom, viéndome a mí mismo. La cara de viejo bolsa y cachetón que he venido desarrollando estos últimos tiempos es lo único que estaba en la pantalla, y el pana no aparecía.

3:15 pm, un poco cabreado, ocupaba el tiempo haciendo algunas cosas rutinarias, y me pide autorización de entrada una abreviatura, DM. ¡Ajá, acá está el pana!

Tras entrar en el zoom, saluda el candidato: -Hola, ¿cómo estas?, disculpa la tardanza estaba en una llamada personal y me retrasé (me dijo con un tono de voz bastante atiplado).

Respondí: –¿Cómo estás? (pensé, qué bolas tiene este carajete, me hace esperar un tiempo, y encima me tutea y me dice que lo retrasó un peo personal).

Le contesté: -Hola Daniel ¿como estás? Y agregué en tono de sorna: – Eso de llegar tarde a una entrevista de trabajo con el presidente de una empresa, no es la mejor carta de presentación, jajajajajaja (reí socarrón, y hasta bastante forzado).

Me ripostó: -Sí, por eso te pedí disculpas. Por cierto, no es Daniel, es Daniellllllllllllllll. Prolongó la última “L” de su nombre y acentuó la pronunciación con una pequeña “E” al final: -Danielllllllllllllle, Danielllllllllllle Mejías (pronunció también su apellido remarcando la “S”).

¿Quién?

Haciendo un esfuerzo de memoria, según mi pobre francés, Danielle es un nombre femenino. Fui criado con la ética y la estética de los 50, por unos padres nacidos en la década del 20. Según estas premisas bastante old fashion y hasta chauvinistas, una dama, puede demorarse lo que desee, y siempre será recibida y tratada como una “dama”. No caben ironías, ni reclamos, ¡Qué bolas tengo yo!

Sé que todo esto suena sexista, pero soy viejo, y aunque muy abierto de mente, tolerante e inclusivo, no puede quitarme ni la edad, ni el imprinting de mi crianza.

Por cierto, hasta ahora, no había visto su rostro, todo el tiempo el logo DM en su pantalla de Zoom. “Del tiro”, quise ver su rostro y le dije:

—Daniellllllle, disculpa el abuso, puedes activar tu cámara, para poder verte e intercambiar como si fuera una conversación frente a frente. Soy un tipo viejo y esto del Zoom y las voces sin rostro, son algo muy nuevo para mi.

Se rió delicadamente y dijo: 

Se te nota, jejeje.

Mujer barbuda

Desbloqueó su cámara, develó su cara y para mi sorpresa apareció, alguien de facciones muy femeninas, tez pálida, cara muy delgada, pómulos salientes, carnosos labios a lo “Jolie”, cabello rubio muy corto, pero con un largo flequillo ladeado, zarcillos con cruces que colgaban a cada lado de su estrecho cuello, y una barba, sí, una barba rala, escasa, corta, de perilla, pero barba al fin. Me desconcertó. ¿Tendría una hipertricosis o era un tipo con nombre y cara de “jeva”?

Me quedé paralizado escasos segundos, pensando que iba a hacer, y no se me ocurrió mejor burrada que pedirle que me deletreara su nombre. A lo que me contestó: 

D-A-N-I-E-L-L-E.

Okey, tu nombre se escribe como el femenino de Daniel en francés (le dije)

Sí, y en muchos otros idiomas (agregó)

¿Masculino o femenino?

A lo que me dijo de una, sin tan siquiera dejarme preguntarle: 

Claro vale, si me vas a preguntar sobre si soy hombre o mujer, te puedo responder que soy los 2, hombre y mujer, y ninguno. 

Acoté: —Danielle no tengo rollo alguno con la diversidad de género, pero he de confesarte que soy un ignorante sobre las orientaciones sexuales puestas en el tapete durante la última década.

Sobrada(a)(o), me respondió: —Puedo imaginarlo. Si quieres encasillarme dentro de los esquemas convencionales de clasificación generacional y sexual, podrías decir que soy un “Millennial de Género no Clasificable”.

He de confesarles que me sonó a la serie “Expedientes X” –¡sí, se me cayó la cédula! Lo único que medio entendí era lo de “Millennial”, pero lo de “Género no Clasificable” por muy primitiva deducción, me llevó a entender a priori, que se trataba de alguien que disfrutaba del sexo con cualquier sujeto u objeto.

De un corto silencio que guardé tratando de entender me saco la(el) propia(o) Danielle, diciéndome: 

Oye, me parece que el género es un asunto muy personal que no está relacionado con el trabajo, ¿podemos seguir con la entrevista laboral?.

Bueno, otro día les sigo contando de aquella entrevista a Danielle, quien hoy es una(o) de mis más flamantes, divertido(a), brillante y afectuoso(a) colaborador(a). Lo que aprendí de Danielle es que los seres humanos guardamos distancia de lo que no conocemos, de lo que nos es “extraño y raro”. Y lejos de acercarnos, abriendo los brazos, para entender, aprender e incorporar lo nuevo, huimos o atacamos, perdiendo la oportunidad de nutrirnos y enriquecernos personalmente con nuevas experiencias.

En Venezuela y en el mundo, estamos muy lejos de alcanzar la tolerancia e igualdad a lo que diversidad de género refiere. Ciertamente, al respecto, nos toca seguir luchando, a todos nosotros, para que lo “nuevo y diferente llegue a ser igual”.  Sino me hubiera bajado del taburete de los prejuicios, no tuviera ahora un ser humano excepcional como Danielle navegando conmigo la vida.

Por cierto, algo parecido, nos pasa también a los venezolanos en lo político, somos todavía incapaces de lograr puntos de encuentro entre oficialistas y opositores, para atender la grave crisis social y económica que atraviesa nuestra tierra de gracia. Pero de eso, de las negociaciones y diálogo próximos a comenzar, hablaremos en otra entrega.

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