Estamos frente a la fragilidad humana y cultural del venezolano, producida por un sistema totalitario que para dominar despersonaliza, procura eliminar los valores y la distinción que nos constituye. La voluntad se domina cuando se elimina la libre determinación a la disposición de vivir y pensar según la propia cultura.
El totalitarismo afecta el vivir común, cuando eso ocurre no hay espacio para la política sino para el sometimiento. Es aquí donde nos toca ver la dimensión de la naturaleza del mal que define a este tipo de regímenes.
La definición del mal que hace Arendt (1963) nos puede ayudar mucho en la caracterización del totalitarismo venezolano: “El mal no es nunca ‘radical’, solo es extremo, y carece de toda profundidad y de cualquier dimensión demoníaca. Puede crecer desmesuradamente y reducir todo el mundo a escombros precisamente porque se extiende como un hongo por la superficie. Es un ‘desafío al pensamiento’, como dije, porque el pensamiento trata de alcanzar una cierta profundidad, ir a las raíces y, en el momento mismo en que se ocupa del mal, se siente decepcionado porque no encuentra nada. Eso es la ‘banalidad.“
La banalidad del mal, definida así por Arendt, es de un valor enorme para caracterizar el totalitarismo venezolano, al chavismo, al socialismo que se nos viene imponiendo. Como el hongo, lo único que busca es el dominio y la obediencia, eso lo hace superficial carente de toda profundidad, no es lo teórico ni lo filosófico lo que aquí importa. Lo único que busca es eliminar y someter.
Por eso el chavismo es ecléctico, árbol de tres raíces, inconsistente teóricamente, mezcla entre criminalidad y política, un poder malandro con “ideología”, etc., pero eso no lo hace débil. Esas definiciones lo ubican en el mal, sin demonización, en la absoluta banalidad que hace que como sistema se extienda y domine. Someta. Elimine. Arranca el alma de los otros, que al carecer de ella es presa fácil de la eliminación y sometimiento.
El mal no es radical porque no busca el fundamento de nada, pero sí es extremo porque busca expandirse, llenarlo todo, dominar lo público y lo privado. Es extremo porque quiere meterse en la consciencia, porque se mete en la voluntad, porque domina los impulsos más humanos como el afecto y el hambre. ¿Cómo lo hace?
Cuando usa mecanismos como el Clap (el verdadero soviet) domina territorio, persona y voluntad, pero, al mismo tiempo, no se trata de una simple caja, o mejor dicho, en una simple caja está el dispositivo banal que anula la posibilidad de elegir que es uno de los principios de la libertad. La caja es banal como objeto, pero no en su propósito y efecto sobre la persona y la sociedad.
Lo mismo ocurre con el afecto; nuestra fragilidad humana y cultural consiste en que el totalitarismo chavista está rompiendo la base afectiva del venezolano: la familia. Nos están dejando en la intemperie, en la inseguridad más absoluta, en la soledad. ¿Cuál es nuestra fortaleza?
Nuestra cultura
Es el momento para vernos en lo que siempre hemos sido fuerte: en la convivencia, en la relación, en el reconocimiento de la diversidad, en el afecto. En lo plenamente humano que es el mejor recurso para luchar contra la anulación y la deshumanización.
Como pueblo estamos haciendo la tarea: el año 2019 cerró con 16.739 protestas, según el Observatorio de Conflictividad Social. No hay resignación, hay lucha y logros. ¿Están los políticos calibrando esta permanente desobediencia civil? ¿Están haciendo las lecturas adecuadas desde donde ocurre la insumisión? La política está en la convivencia pública, lugar de la pluralidad, diversidad y lucha. No hay momentos especiales, la cotidianidad es el tiempo perfecto.
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