Los venezolanos nos encontramos frente a tiempos que están llenos de complejidades, de muchas preguntas sin respuestas. Uno podría decir que en tanto que sociedad, nos encontramos llenos de dudas y de miedos. No se trata solamente de esa situación terrible que nos coloca como uno de los países más violentos de América Latina, de la delincuencia desbordada, del ‘Pranato’ como mecanismo de ordenación, de la ausencia de la autoridad y del Derecho en muchas de nuestras interacciones sociales. Se trata del miedo telúrico que tiene que ver con la imposibilidad de construir el futuro desde la confrontación permanente. No hay país allí donde las partes no logran acuerdos mínimos que hagan que el aparato social funcione.
La verdad es que una sociedad que ni siquiera se ha podido poner de acuerdo acerca del rosto de sus héroes patrios, está absolutamente jodida. Ese desencuentro en particular nos dice mucho acerca del momento socio- cultural en el cual nos encontramos y acerca de las dificultades que tenemos para ‘tejernos’ como una sociedad coherentemente estructurada. Durante los últimos años los venezolanos hemos sufrido de los embates de la confrontación permanente. La Polarización se ha convertido en una enfermedad social que nos ha llenado de desconfianza frente al otro, que nos ha hecho intolerantes ante las diferencias, que dificulta las posibilidades de llegar a acuerdos.
Esto ha traído como consecuencia lógica que se encuentren rotas las posibilidades de una conversación pública incluyente, que nos podamos identificar con los demás y sus necesidades, que se desarrolle entre nosotros la posibilidad del encuentro cívico, del encuentro respetuoso. Llama la atención la manera brutal como nos insultamos públicamente sin que esto cause algún tipo de reproche desde la Opinión Pública. A fin de cuentas, no solo nos hemos empobrecido económicamente, peor aún, nos hemos empobrecido desde la perspectiva de nuestra moralidad. Nos hemos convertido en una sociedad violenta, vil, llena de miedos. Cuando vemos los contenidos de la agenda pública reconocemos que estos temas no tienen cabida dentro de la agenda de lo político.
La construcción del futuro está directamente relacionada con la posibilidad de desmontar el discurso polarizado y sus consecuencias. Las sociedades desarrolladas son aquellas que lograron, en algún momento de su historia, construir confianza. El encuentro entre nosotros es absolutamente imprescindible, si queremos desmontar esta sensación de peligrosidad que se pone de manifiesto cada vez que se contabilizan cadáveres en la Morgue de Bello Monte o cuando desde las cárceles se dispara a mansalva y de manera indiscriminada en acto conmemorativo por la muerte de uno de los jefes.
Ciertamente tenemos un gobierno que no funciona, que no genera respuestas a las necesidades de la gente, que no es capaz de darse cuenta de los problemas, de sus causas y de sus consecuencias. Es difícil pensar que desde un gobierno intolerante, ideologizado, corto de ideas y lleno de contradicciones, puedan salir soluciones para la reconstrucción que el país necesita, que el país reclama. Creo que hoy como nunca hace falta una convocatoria, la convocatoria a la participación amplia de los diferentes sectores que representan al país en los diversos ámbitos de su funcionamiento. Pero debe ser una convocatoria sincera, sin pragmatismos y sin sacar cuentas. Ahora no es tiempo de candidaturas ni de posicionamientos, es el tiempo del país, es la oportunidad de construir el futuro o de perderlo. Para lo primero es necesario el encuentro entre nosotros, es necesario que empecemos a construir las condiciones que nos permitan construir una mirada compartida acerca de nuestro pasado y soñar con las cosas que, como sociedad, aspiramos alcanzar en el futuro.
Lo cierto es que por ahora somos dos países, dos países que se dan la espalda, que no encuentran la manera de verse a la cara y conversar, que funcionan desde perspectivas diferentes acerca de las cosas, que no se tienen confianza, que se ‘miran feo’, que se sienten desiguales, que se descalifican mutuamente, que no se entienden, que tienen valores distintos y valoraciones diferentes acerca de las cosas. En esos términos el país no puede funcionar, no puede ser productivo, no puede producir cultura.
La polarización, de la cual se ha aprovechado el gobierno, este y el anterior para mantenerse en el poder, nos ha dañado socialmente. Sanar esta enfermedad pasa por empezar a escucharnos, por entender que debemos trabajar para construir bienestar, que debemos actuar menos para el público de galería y más con miras a la construcción de un futuro en el que quepamos todos.