El video dura seis minutos y cinco segundos. Ya cuenta en su haber con más de quinientas visualizaciones (sic). Eso incluye no sólo a quienes lo han visto directamente en youtube, sino también a quienes lo han encontrado en twitter y en facebook. Prácticamente se ha viralizado, y los comentarios de quienes lo han compartido coinciden al señalar que quienes aparecen en el video de marras no representan al venezolano promedio ni al que ha decidido abandonar su país para buscarse la vida allende nuestras fronteras.

Unas doce personas dan su testimonio al reportero que cubre la experiencia del intento de desalojo. Al fin y al cabo, son cuatrocientas personas –400 venezolanos– las que tomaron como refugio y dormitorio la cancha Sevilla ubicada en Cúcuta. Ahí hay hombres hechos y derechos, adultos jóvenes, adolescentes, mujeres embarazadas y niños. Todos cruzaron el puente Simón Bolívar porque “en Venezuela no hay comida; no hay nada”.

Del video, llaman la atención la altisonancia del discurso, el piquete de la advertencia y el puntillazo amenazante. “No nos provoquen”. En el sustrato de todo lo dicho, en la base de los alegatos expuestos, subyace una especie de derecho conculcado y de dignidad mancillada “porque somos humanos igual que ustedes y lo que necesitamos es un apoyo… Ustedes tienen aquí unas vacas flacas, ¡pero nosotros tenemos un animal en esa mierda!”.

Quid pro quo

Ver y escuchar el video es algo que impresiona. No porque uno sea puritano; no porque uno sea ignorante. No porque uno desconozca los niveles de necesidad que impelen a alguien a abandonar su país y tirarse a la aventura contando sólo con el favor de Dios… o con la astucia del diablo. Impresiona no porque uno no sepa (o intuya) de qué es capaz una persona cuando siente que ya no tiene nada que perder y que, por eso mismo, está dispuesta a matarse con quien sea con tal de que le den una solución a su problema.

Lo que nos impresiona del video son los arrestos con que estos venezolanos les plantan cara a las autoridades colombianas. “¿Pa’ qué vienen a provocarnos si saben cómo es uno? Pedimos un apoyo y no nos lo dan, ¿qué es, pues?”. Impresiona cómo les salen cargados a la policía colombiana. Uno se pregunta si antes de tomar la decisión de irse a Colombia les formularon esos mismos reclamos, esas mismas exigencias, a un gobierno que, muy probablemente, ellos mismos ayudaron a entronizar.

Uno se pregunta cuántos de esos “hermanos venezolanos” no gritaron, en su momento, “¡Uh-ah, Chávez no se va!”. Uno especula acerca de cuántos de ellos, en su momento, no habrán bailoteado al compás del “¡Con hambre y sin empleo, con Chávez me resteo!”. Malicioso, uno pergeña teorías: ¿cuántos de ésos que hoy reclaman en Colombia un refugio y una ayudita no habrán hecho el juramento aquel? “¡Chávez, te lo juro: mi voto es pa’ Maduro!”. Obviamente, y como todo el mundo lo sabe, amor con hambre no dura. Y aquello de “Contigo pan y cebolla” dura hasta que empiezan a nacer los tripones y el pan se pone duro y las capas de la cebolla no dan para tanto.

Sea como sea, estos venezolanos exigen una compensación: “si a Venezuela entraron tantos colombianos y llegaron a ser jefes y dueños de negocio, incluso sin tener papeles, ¿por qué nosotros no podemos hacer lo mismo aquí?”. Invocando la premisa del Quid pro quo (una especie de dando-y-dando), quienes tomaron la cancha Sevilla exigen el mismo trato y las mismas oportunidades que, a mediados del siglo XX, Venezuela les brindó a colombianos, peruanos, ecuatorianos… ¡pero ciertas condiciones aplicaron! Hoy como ayer, ¡ciertas condiciones aplican!.

¿Así o más sensual?

En el video que recoge el testimonio reclamante de los venezolanos que tomaron la cancha Sevilla hablan unas doce personas (aunque haya un vocerío de fondo). Pese a ello, hay una protagonista: del minuto 2:41 hasta el 4:33, habla una jovencita; ella lleva la voz gritante. A juzgar por su aspecto, no llega a los 25 años (pero ya tiene dos hijos y está embarazada). Con orgullo airado, recalca que es madre soltera y es venezolana; que se prostituye en una esquina para darle de comer a sus hijos pero “no hace” lo suficiente como para pagar una habitación. “¿Lo quieres así o más sensual?”, pregunta.

Esta joven muestra unos arrestos y una entereza de carácter que buena falta le hubieran hecho para demandarle amparo al padre de sus hijos o a los gobernantes que le prometieron un futuro en libertad y con buenas condiciones de vida. Ella se dice dispuesta a abandonar la cancha si y solo si le garantizan un espacio para establecerse con sus hijos. “Si no, no, mi amor… porque así no son las cosas”. Está dispuesta, de hecho, a matarse con quien sea por un refugio…

La guinda del postre –mejor dicho, del video– aparece en el minuto 5:16. Es una joven dispuesta a recargarle la batería al reportero. Ella, en un estado de relajación inducida, admite que no hace nada en la vida. “Soy la reina del sur… Soy una chica alegre… japi… cus-cus. Si me van a deportar, ¡que sea para México!”. Luego perrea un poco para la cámara y le regala al mundo la insolencia de una sonrisa desamparada… En su nota mental, ella se sueña como la Teresa Mendoza creada por la imaginación de Arturo Pérez-Reverte… Debe sentirse como Kate del Castillo en la ficción televisiva concebida por Valentina Párraga.

Corolario

El 27 de enero, el venezolano Nelson José Aurero (20 años) apuñaló en el cuello a José Manuel Alarcón, un hombre que se dedicaba a repartirle comida a los inmigrantes provenientes de Venezuela. Aurero perdió los estribos porque llevaba ya dos días sin comer. Lo dicho: “¿Pa’ qué nos provocan si saben cómo somos?”.

Vea en este enlace el video completo de los venezolanos en Cúcuta

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Las opiniones expresadas en esta sección son de la entera responsabilidad de sus autores. 

Escritora y periodista venezolana. Licenciada en Comunicación Social y Letras de la Universidad Central de Venezuela. Jefe de la Cátedra de Literatura en la Escuela de Comunicación Social de la UCV....

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