Las mujeres siempre hacemos alianzas

A nosotras nunca nos han regalado nada. Ni el derecho al voto, ni el acceso a la educación, ni la posibilidad de decidir sobre nuestros cuerpos, ni mucho menos el espacio para ocupar cargos de poder. Todos los derechos de los que hoy disfrutamos los hemos conquistado con trabajo duro y sobre todo, lo hemos hecho juntas, en alianzas, organizadas, plantadas frente a sistemas que nos negaron humanidad. 

Por eso afirmo con convicción: las mujeres sabemos hacer alianzas. Ha sido una estrategia de supervivencia para enfrentar un sistema profundamente desigual y patriarcal en el que hemos aprendido que solas podemos resistir un poco, pero juntas somos una fuerza que transforma.

En los relatos oficiales de la historia, escrita por y para varones, rara vez se reconoce la potencia de las alianzas femeninas. Pero están ahí, en cada rincón, desde los comités de barrio hasta los parlamentos, desde los círculos de lectura en la clandestinidad hasta las movilizaciones masivas que colman las calles. 

Las sufragistas, las madres buscando a sus hijos desaparecidos por las dictaduras, las mujeres negras que se organizaron contra la esclavitud, las feministas que interpelaron al capitalismo desde el sur global, las mujeres indígenas que hoy lideran luchas climáticas, todas ellas han hecho del trabajo colectivo una forma de resistencia y creación.

No es un eslogan 

La alianza entre mujeres no es una moda reciente, ni un eslogan de redes sociales.

La unión entre mujeres ha sido una práctica política histórica comprobada. En el siglo XIX, las mujeres crearon redes epistolares de apoyo mutuo construyendo pensamiento crítico aun cuando no tenían derecho a expresarse en espacios públicos. 

El surgimiento del movimiento sufragista impulsó alianzas formales de mujeres que daban voz colectiva a sus demandas por voto, educación y trabajo. Organizaciones como la Association Internationale des Femmes (fundada en 1868) fueron pioneras en formar una red transnacional y en exigir igualdad salarial, educativa, familiar y legal.

A mediados del siglo XX surgió el grito “Sisterhood is powerful” (la hermandad es poderosa), un recordatorio de que la solidaridad entre mujeres es una estrategia política tanto como un refugio emocional. Esa consigna se tejió en comités de base, en talleres, en huelgas, en asambleas. Fue en esos espacios donde las mujeres comprendimos que nuestras opresiones podían ser distintas, pero tenían raíces comunes: el patriarcado, el racismo, el colonialismo, el capitalismo.

Todos los encuentros internacionales realizados desde los años 70 hasta nuestros días son muestra del poder de las mujeres para hacer lazos que van más allá de las diferencias de estilo y personalidad. Actualmente, en Afganistán las mujeres están desafiando a los talibanes con clubes de lectura secretos en WhatsApp y Telegram en el país y desde el exilio, donde leen, debaten y comparten archivos escaneados en PDF de libros prohibidos.

Todos son y han sido espacios que han permitido la construcción de una identidad común mediante negociación de conflictos, reciprocidad y confianza entre grupos diversos. Además, han facilitado el acceso a recursos solidarios necesarios como financiamiento, redes, expertise, visibilidad internacional; algo que una sola mujer o grupo aislado no puede lograr.

No es fácil aliarse

Decir que las mujeres siempre hacemos alianzas no significa negar los conflictos o las tensiones que surgen entre nosotras. Toda alianza verdadera implica negociar diferencias, confrontar privilegios, reconocer errores y por encima de todo ello, seguir construyendo. No es cómodo ni simple porque la sororidad no es fingir armonía, es luchar por una justicia que abrace la complejidad. 

Como dice la antropóloga feminista mexicana Marcela Lagarde, una de las pensadoras clave de esta idea: la sororidad es “una propuesta ética, política y práctica del feminismo contemporáneo”. Pero no es neutral ni inofensiva. Implica posicionarse activamente del lado de las oprimidas y desafiar relaciones de poder incluso entre mujeres. Implica asumir que no todas vivimos las mismas violencias ni tenemos el mismo acceso al poder, pero que juntas podemos construir algo más justo si nos aliamos con honestidad, responsabilidad política y voluntad de transformación.

No se trata de “llevarse bien”, sino de tejer “complicidades emancipadoras”. Porque solo si nos miramos de verdad, nos escuchamos desde las diferencias y luchamos juntas desde la raíz, podremos desmontar el sistema que nos oprime. Esa es la promesa y el desafío de la sororidad radical.

Nosotras no pedimos permiso para aliarnos. No esperamos a que el Estado, la academia o los partidos políticos nos ofrezcan un lugar. Lo hemos construido y eso molesta porque la alianza entre mujeres desestabiliza el orden establecido. Porque cuando nos reconocemos como sujetas políticas no hay institución que pueda frenar nuestro avance.

El presente exige más alianzas

Lamentablemente, ahora como nunca, los discursos de odio crecen y los derechos conquistados están siendo atacados por gobiernos misóginos y autoritarios. Precisamente por ello las alianzas feministas son más urgentes que nunca. No podemos permitir que el ultra conservadurismo nos divida, que nos enfrente ni que nos fragmente. La derecha internacional sabe que el feminismo es peligroso porque es una red global y solo una acción colectiva puede frenar leyes anti-derechos, la enorme violencia estatal, así como las campañas antifeministas.

Reivindicar que “las mujeres siempre hacemos alianzas” es un gesto de memoria y de futuro. Es decirle al mundo que nuestras luchas no son caprichos individuales, son proyectos colectivos de transformación. Es vital recordar que detrás de cada conquista hay una red de mujeres que sostuvo, acompañó, impulsó, denunció, escribió, marchó, gritó. Y lo seguiremos haciendo porque la solidaridad es una acción estratégica con claro horizonte político.

Las alianzas feministas construyen poder social, consolidan identidades políticas diversas y hacen posible resistir y transformar estructuras de opresión. Hoy más que nunca necesitamos hermanarnos y demostrar que la sororidad organizada es fuerza. Es, sin duda, nuestra respuesta política más poderosa.

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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

De la misma autora: Carreño, de la Parra y Heredia: las Teresas que forjaron a Venezuela

Psicóloga. Magister en Gerencia de Empresas. Coach Ontológico Empresarial. Directora Fundadora de feminismoinc.org Venezolana. Feminista. IG: @feminismoinc