En el 2017 al gobierno lo ayudó la abstención, los desaciertos de la oposición, los fusiles, las arbitrariedades del aparato de justicia y las tropelías inconstitucionales de una pequeña cúpula autoritaria que tomó por asalto al Estado y lo enfila hacia la clonación del modelo comunista cubano. Los resultados, trágicos e indeseables, no se superarán ignorando que hay un poder que se defiende, apretando contra la sociedad, las tuercas totalitarias.
Ni las ilusiones, ni la prédica extremista ni la abstención harán más fuertes a las fuerzas de cambio. Es responsabilidad de todos ayudar a que los partidos democráticos venzan sus carencias, debilidades estratégicas y falta de enraizamiento social. Hace mucho que los partidos no se amasan en el barro y que el marketing ha diluido la pasión que da la política para crear identidad, hacer trascendente el compromiso de servir y ser inspiradores de un proyecto de país.
Los partidos son imprescindibles para tener democracia y en los nuestros existe, disgregada, una élite preparada, valiente y exitosa, legitimada por los votos y el asfalto. No supo evitar el empujón hacia el espejismo insurreccional y la espera mágica de una rebelión militar, pero tiene reservas para pensar en claves de país y superar sus patriotismos de partido.
La más evidente solicitud de la calle es por el pan, saciar el hambre, defender el derecho a existir. Pero, en medio de la desesperación y la frustración, está surgiendo, desde adentro de las colas para comprar pernil o recibir el bono una ruptura emotiva con Maduro y una brava exigencia de cambio.
La calle, aquella ocupada en luchar para mal vivir, busca en quien confiar y no lo encuentra. Para responder a esa búsqueda, los políticos deben volver a tocar y ser útiles al ciudadano de a pie. A los partidos les sale una inmersión social y comprender que la lucha por la libertad comienza por recobrar la dignidad de tener qué comer y a partir de esa brega, cotidiana y concreta, caminar con la gente hacia las respuestas políticas a las crisis. La vieja manera de hacer política lo entendía bien: el piso de las necesidades e intereses materiales constituyen el fundamento para sembrar solidaridad y descubrir luego, en el lado oculto, las soluciones políticas.
Otra gran solicitud es la que uno le pide a su club de beisbol: ser un equipo y trabajar para ganar. Ese reclamo de unidad tiene varios niveles. El primero es reconstruir la unidad de los partidos democráticos; el segundo acordar reglas para la confrontación y la coexistencia entre las dos minorías rivales y el tercero reunificar al país, limpiarnos de rencores, abandonar la idea de que una mitad va a poder liquidar a la otra.
La solución pacífica obliga a un entendimiento para realizar elecciones presidenciales sin trampas. El ganador podría conceder al perdedor postular ternas de candidatos para ocupar el 20 % de los cargos de libre remoción. Un aliciente para la gobernabilidad que podría aplicarse al conjunto de las gobernaciones y alcaldías.
Las solicitudes del país deben unirnos o dejaremos de tener país.
Foto: Archivo Efecto Cocuyo
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Si la oposición sigue dividida la democracia no tiene chance: no es que el gobierno gana sino que la oposición le deja el camino abierto. Todos tienen que unirse, cualquiera que sea la opción que tomen tiene que ser en unidad. La comunidad internacional es un apoyo importante, pero nada puede hacer si no hay unidad. No tienen valor premios ni reconocimientos en el exterior si no sirven para que quienes hoy están separados se unan, no afuera sino aquí en Venezuela. Todos tienen algo de razón, nadie es perfecto: pues esto es urgente y necesario!