Se cuenta y no se cree. Un grupo de residentes en el municipio Chacao de Caracas, queríamos bailar. Bailar, así no más, como lo hace cualquiera hijo de vecino que le gusta bailar. A nosotros, cuarentones, cincuentones, nos gusta la salsa, la de Fania, y el merengue para variar. Se nos exige un permiso para bailar en la calle y como no hay instancia que emita tan peculiar licencia, las autoridades nos han dicho: No pueden bailar.
Podíamos haber bailado en la sala de nuestros apartamentos, por supuesto. A veces lo hemos hecho, pero las ganas daban para más: invitar a otra gente a que lo hiciera, no necesariamente amiga nuestra, no. Gente que oyera la música, nos viera bailar, le provocara y lo hiciera. Así, na´ más, diría la gran Celia y Azúuuca!
Para lograr que otra gente se integrara tenemos que bailar en un sitio público, una plaza, una calle, un mercado, digamos. Es una actividad vista en Madrid, Ciudad de México, Buenos Aires, en tantas otras. Los que vivimos en la deprimida y temida Caracas tendríamos oportunidad de ir a la calle a lo que necesitáramos y de paso, echar un pie. Ese es el concepto.
Chacao se presta para eso. Es uno de los municipios más pequeños, con menor población, quizás con menos problemas sociales y con más ingresos fiscales del país; aunque también vive la crisis y el presupuesto municipal es exiguo. Pero nuestro BAL (baile al aire libre) no le ocasionaría ningún gasto, más bien le aportaría frescura al municipio. Chacao se asume como un ejemplo de urbanidad, de participación ciudadana, de organización vecinal. Siempre sus alcaldes se han opuesto al gobierno nacional.
Y en Chacao hay un mercado al aire libre, en calle reservada para el disfrute peatonal sabatino de los vecinos y visitantes. No es una actividad meramente comercial, ese mercado es un lugar de encuentro social. Allí estábamos haciendo cola para comprar cachapas, mientras en un puesto que vende CDs, sonaba Vivir la vida: Voy a reír/voy a bailar/ vivir mi vida/ lalala. Se nos fueron los pies, el cuerpo, la imaginación. Al lado de la venta de CDs, un pedazo de calle vacía frente a la salida de un estacionamiento cerrado. Dios nos lo puso en el camino.
Le dijimos a quien vende los CDs que bailaríamos la música que pusiera, la que sonara por su corneta. Hablamos con las autoridades del mercado que estaban allí, con otras por teléfono. Seríamos eso que llaman “emprendedores”, pero no comerciales sino culturales, promotores del disfrute, del relax. Nos exigieron un permiso, lo prometimos. Comenzó la gestión, el calvario, el camino del absurdo. ¿Dónde sacar un permiso para bailar?
Asumimos que todo ciudadano que gestiona un permiso se considera en legalidad hasta que se le niegue. Creyendo que eso sería así comenzamos el BAL (baile al aire libre) sin interrumpir paso de peatones, sin interferir con las actividades comerciales, nos convertimos en una atracción del mercado. Logramos que algunos que venían de hacer ejercicios en el parque, se pararan a echar un pie, a mover la cadera, que quien había comprado frutas y huevos los protegiera y bailara, que una señora soltara su bastón y se entregara a disfrutar del baile, a rememorar.
Mientras, entre semana, seguíamos en nuestro periplo por diferentes instancias de la alcaldía solicitando el permiso para bailar.
En la página web no está incluido ese tipo de permiso, acudimos a oficinas de atención al ciudadano, ningún funcionario estaba instruido sobre los recaudos a presentar por quien solicitara autorización para bailar. Tampoco había una planilla para tal solicitud.
Pasó el mes y no hemos podido obtener el permiso y las autoridades del mercado (funcionarios de la alcaldía) nos impidieron bailar. Sin participárnoslo, le prohibieron al que vende CDs que pusiera “la música que bailan esos”, le obligaron a bajar el volumen hasta casi hacerse inaudible. Si no atiende la orden, lo suspenderán del mercado.
De todo nos informamos por comentarios al aire libre, ningún funcionario nos comunicó la decisión. Entonces, los buscamos y fueron amablemente tajantes: Sin permiso no bailan. Exigimos la ley, el decreto o el edicto municipal que prohíbe a los ciudadanos bailar, apelaron a unas fantasmas cartas de protestas de otros “emprendedores” del mercado y, a partir de allí, una serie de argumentos sin sentido. Difícil dialogar así.
Lo autoritario del procedimiento de las autoridades del mercado nos pareció inadmisible y, de inmediato, organizamos una #bailoprotesta: bailamos sin música. Un performance que no estaba en el plan.
Una semana después seguimos sin permiso. No hay quien nos lo otorgue. Pero seguiremos bailando como ejercicio de la libertad. A lo mejor no en el mercado al aire ¿libre? de Chacao. No sabemos dónde, pero la alcaldía no puede negarnos la calle.
Digo esto aunque la represión nos obligue bailar, encapillados, en las salas de nuestras casas o en un sitio escondido. Las miradas miopes verán las calles cada vez más solas y creerán que así, en ese orden, todo está bien.
A los que les guste disfrutar del baile, de la vida les dejo esto de parte de Marc Anthony y la gran Celia, la eterna guarachera:
Foto Yordi Arteaga
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