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Para la política, en su esencia, el deber, el querer y el poder, comportan cualidades distintas. Sus diferencias, incitan profundos choques que, repetidas veces, terminan en serios conflictos que han derivado en resonados embates entre razones y consecuencias. Principalmente, en un mismo espacio de concurrencia de intereses políticos. Históricamente se han vivido continuos que tocan las complicidades que se registran entre el querer, el deber y el poder, porque se establecen pleitos entre ellos. Algunos de recios alcances filosóficos.

Aunque estos quehaceres, en tanto que valores, comportan relaciones éticas, morales, legales y procedimentales, el ejercicio ordinario de la política tiende a emplearlas todas. 

La política en su ejercicio habitual, se ve obligada a respetar el alcance de cada valor. A interpretar en buena medida la razón que lleva a cada una a actuar, pero apegado a un contexto específico que colabora en la configuración de una realidad lo más exenta de crisis desnaturalizadas. En perfilar las verdades, tal como lo exigen otros valores igualmente importantes para la ecuanimidad que demanda la vida social, económica, cultural y política, de una sociedad lo más ordenada posible.


Una complicada relación

Cada valor compromete obligaciones éticas. Pero igualmente, morales. Y de ser posible o necesario, toca responsabilidades jurídicas, legales y hasta de corte procedimental. Sin embargo, cuando las circunstancias no comprometen la ética, la moralidad, el aspecto legal o el procedimental, cada valor en su praxis o interpretación deja de asumirse como una obligación. Su cumplimiento no es pertinente pues no hay razón alguna para verlo en su acción como un hecho conveniente o necesario.

Sin embargo, la inmediatez y avatares que constriñen el ejercicio de la política, causan problemas al momento de actuar según los intereses y necesidades que le dan sentido a la voluntad humana. Asimismo, a la oportunidad y al tiempo o al momento, a la aspiración, al placer y a la apetencia.

Tanto el querer, como el poder y el deber, son valores que pueden tentar a cualquiera, sobre todo cuando su praxis roza los límites de la corrupción o de la codicia. O del mismo modo, cuando son incitados por el egoísmo, el resentimiento, el odio, la envidia o el revanchismo.

Quizás, la única manera de evitar ser tentado por las implicaciones del querer, del poder y del deber en el contexto de convulsas realidades, es la autonomía moral del individuo cuando se asume como principio de la razón.

Es así que cuando la gente accede al poder, está obligada a despedirse de sus entusiasmos, preferencias y subjetividades, especialmente de pensamientos que incitan a saciar frivolidades o actuar según las impudicias que la mente humana puede acariciar o anhelar.

De no lograrlo o no imponerse una actitud cónsona con los valores morales que acuden al respeto para mantener las distancias necesarias con artificios o caprichos, las realidades se verán expuestas caer en los confines de lo que puede verse encubierto por cualquier aprieto, conflicto o pleito entre el querer, el deber y el poder.

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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

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Profesor Titular ULA, Dr. Ciencias del Desarrollo, MSc Ciencias Políticas, MSc Planificación del Desarrollo, Especialista Gerencia Pública, Especialista Gestión de Gobierno, Periodista Ciudadano (UCAB),...