venezolanos? Creo que se trata de una pregunta pertinente. A fin de cuentas vivimos tiempos complejos que nos obligan a movernos en medio de una percepción de destrucción generalizada. En todo caso uno pudiera pensar que una circunstancia que implica la destrucción de los espacios de funcionamiento de la sociedad y dificultades a la convivencia colectiva, que nos impone una dinámica de polarización y de enfrentamiento que ha adquirido, en los últimos años, un carácter más o menos permanente, no se traduce en una situación que pudiéramos considerar normal.Por el contrario, toda ruptura de las dinámicas sociales, las limitaciones al progreso como un mecanismo de construcción colectivo, la imposición de nuevas formas de exclusión, la destrucción del pasado, la reescritura de la historia, el establecimiento de nuevas narrativas que redefinen los contenidos de la sociedad y, sobre todo, la ausencia de definición de un proyecto colectivo que incorpore a quienes pensamos diferente, que nos permita escucharnos y reconocernos en la necesidad de un esfuerzo en común para avanzar hacia el futuro implican, por necesidad, que nos encontremos en una situación de anormalidad.Esta situación implica una ruptura de la moral colectiva, de las posibilidades de la convivencia, se trata de una crisis de la civilización. Nos habla de una dificultad inmensa por definir los espacios sociales dentro de los cuales podemos interactuar con el otro, confiar en el otro. Somos una sociedad llena de prejuicios y de miedos. Se han impuesto entre nosotros las formas del autoritarismo. No me refiero solamente a ese autoritarismo estructural que encontramos en el Gobierno, sino además, a los comportamientos y las formas autoritarias que hallamos a diario en nuestra convivencia cotidiana.En el primer caso nos encontramos con lo que podríamos llamar, siguiendo a Bauman, un autoritarismo líquido. No es una dictadura en la forma clásica, sino una forma autoritaria de ejercer el poder fuera de los límites institucionales, jugando justo al borde del entramado jurídico. Entrando y saliendo, con mayor o menor sutileza, de los los límites establecidos por la Constitución y las Leyes, o buscando justificaciones para las actuaciones paralegales. Este es el caso de la aprobación del presupuesto por vía del TSJ o de la invalidación de las actuaciones de la AN.En todos los casos hay una argumentación que busca validar las acciones de un poder que solo se escucha a sí mismo, que utiliza la fuerza de manera focal, que enfrenta rudamente a la disidencia, pero que, al mismo tiempo, permite que reine la anarquía de una manera más o menos generalizada. Mientras en el pasado las elecciones eran la válvula de escape, todo parece indicar que en el presente es la violencia controlada la que permite regular la inestabilidad social. La violencia se nos muestra en focos a lo largo del país para luego ser controlada, reprimida o suprimida según sea el caso.Una cosa similar sucede con la oposición política: no se la invalida como factor, pero se la controla, se la invalida discursivamente, se la humilla, se la descalifica. En los casos más emblemáticos, se la ataca o se la somete duramente, sin mediaciones, a una aplicación particular del Sistema Jurídico, uno que deja dudas acerca de su parcialidad, que dificulta el derecho a la defensa, que deja al ciudadano desguarnecido ante el ejercicio puro y duro del poder.Vivimos bajo una lógica distorsionada en la que todo vale o nada vale. Así, por ejemplo, lo público está cruzado por partidos políticos que funcionan como sectas, sin democracia interna, con liderazgos que permanecen ad infinitum, con ideas que no permiten cuestionamientos.Por otro lado, nos encontramos con formas autoritarias que se han establecido en la sociedad; que tienen que ver con la incapacidad para reconocernos, darnos la cara, confiar en el otro; que tienen que ver con la necesidad de imponer puntos de vista sin escuchar a los demás; con la ausencia de la discusión y el debate como mecanismos para resolver diferencias; que tienen que ver con la manera como sospechamos los unos en los otros.Esto nos convierte en una sociedad violenta en la cual todos jugamos a salvaguardar nuestras vidas y nuestros espacios. Esto nos habla de una enfermedad social muy profunda, de la incapacidad para vernos en perspectiva.En este contexto no es fácil establecer las bases estructurales para la construcción de la democracia, las cuales no solo tienen que ver con la presencia de elecciones libres y competitivas, sino con formas de interrelacionamiento verdaderamente democráticas, donde se pueda ejercer la ciudadanía, donde se puedan plantear puntos de vista diversos sin estar sometidos a la violencia física o a la descalificación malsana.Hay dos preguntas que tenemos que hacernos: 1- ¿Cuál forma de organización podemos darnos y cómo garantizar el establecimiento de una democracia funcional? y 2- ¿Qué precio estamos dispuestos a pagar por mantener la lógica de la polarización anarquizada (líquida) en la cual vivimos?Foto: Carlos García Rawlins / Reuters]]>

Internacionalista. Director de la Escuela de Comunicación Social - UCV. Doctor en Ciencias Políticas. Profesor en la Universidad Central de Venezuela. Consultor.

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