En estos días, tras escribir las semanas pasadas sobre Venezuela y el difícil hacer empresarial, me di cuenta de que había puesto a un lado la cruda realidad mundial, el conflicto ruso-ucraniano, y se me vino a la cabeza mi amada Olga Guillot, ya anciana y entrada en kilos, cuando a sus ochenta y tantos, poco antes de morir, cantaba con su histrión inigualable la célebre canción de la cantautora mexicana, Lolita de la Colina, “se me olvidó que te olvidé”.
Yo te recuerdo, cariño…
A más de un mes del inicio de la invasión de Rusia a Ucrania, nos encontramos con un panorama bélico confuso y que parece prolongarse sin una salida previsible.
El plan A de Putin, al mejor estilo de sus años como agente de la KGB, era rápido y sencillo. Dada la asimetría de fuerzas militares, Rusia, en una «guerra relámpago», podía arremeter contra Ucrania, tomar Kyev en pocas horas, hacer dimitir —o matar— a Zelensky y lograr anexar al país como una república asociada a Rusia o como territorio propio.
Con ello, no sólo Putin ponía fin al conflicto que desde el 2014 sostenía con su vecino país tras arrebatarle la región de Crimea, además eliminaba de una vez la confrontación entre Kyev y las separatistas regiones pro-rusas de Dunbás, y Rusia, recuperaba de cara a su pueblo, la gloria histórica conquistadora, que la hicieran una potencia mundial en los tiempos de la URSS.
Quizás, más en el plano pragmático y fuera de toda demagogia nacionalista de Putin, con la anexión de Ucrania, Rusia ganaba los 1600 km que pretéritamente la han separado de la Europa Occidental, desde la invasión napoleónica en el siglo XIX y después en las dos guerras mundiales. Especialmente, cuando Ucrania viene pidiendo insistentemente su adhesión a la OTAN para poner a los gringos a las puertas de Moscú.
Ya 15 países exURSS habían cedido ante la tentación de sumarse a la Unión Europea y con ello habían expuesto buena parte de la frontera rusa a las fuerzas económicas y bélicas del nuevo imperio, formado por la amalgamada alianza de la Unión Europea con EE. UU., bajo el paraguas de la OTAN.
La OTAN ha llenado a Ucrania de armamento y apoyo logístico a través del corredor de Polonia, ya que la intervención directa en el conflicto está expresamente prohibida por la Alianza del Atlántico Norte.
Para sorpresa de Putin y el mundo, un Zelensky resteado y usando una estrategia muy similar a la guerra de guerrillas, han impedido la toma de capital ucraniana por las tropas rusas, que desmoralizadas desistieron del intento.
La furia narcisista de Putin no se hizo esperar, y el plan A, dio paso a un plan B, en virtud del cual Rusia ha atacado «sin cuartel ni cuartelillo» a objetivos militares y civiles tanto en Kyev como en las principales ciudades del contrincante ucraniano, conquistando las periféricas e importantes ciudades y territorios de Chernóbil, Chernígiv, Sumy, Járkov, Jersón y Mariúpol, donde en días recientes arrasó con un teatro que servía de refugio antibombas, y acabó con la vida de al menos 300 civiles. Además, Putin también se ha hecho de los ya antes anímicamente conquistados, territorios de Lugansk y Donetsk, que tampoco han escapado de ataques y bombardeos.
Pues sí, como podrán entrever, el plan B de Putin hecho público y notorio es arrasar con toda Ucrania, sin discriminar objetivos militares y civiles, hasta que empujen a Zelensky a firmar un tratado paz, en el que debe renunciar a toda posibilidad de unión a la OTAN y se anexe pacíficamente a la Federación Rusa, como Estado aliado y como parte de su territorio.
Se me olvidó que ya no estás… y me volvió a sangrar la herida
El plan B de Putin calza a la perfección con el mismo plan B que despliegan Biden y Borrell, referido a seguir apoyando a Ucrania, —cueste lo que cueste—, y aislar a Rusia financiera y comercialmente,
La «gente de a pie» en Rusia desinformada a la fuerza, por la expulsión de periodistas y censura de medios, no da crédito a que el «nuevo padre de la patria y zar absoluto de todas las rusias», este matando civiles y violando toda «ética y acuerdos internacionales de guerra» para salirse con las suyas. Esto lo digo con asco, porque resulta que existen códigos de conducta para la guerra, un acto predatorio humano de masas, que debió haber quedado en el medioevo y todavía es normalizado por la humanidad y sus cuestionables instituciones.
Un acorralado Putin -egocéntrico sin remedio y con claros incentivos geopolíticos y económicos para mantener su arremetida bélica, ante la imposibilidad de `salirse con las suyas´- podría activar un plan C, D, E y agotar todo el abecedario, escalando la guerra al punto de atacar el corredor logístico polaco, lo cual lo haría violar el tratado de la OTAN y forzaría a una intervención militar de los países europeos y los gringos.
Esto, se dice fácil, pero estamos hablando de un Putin activando armas informáticas, químicas, biológicas, y lo más temible, armas nucleares, que «darían al traste» con buena parte de la humanidad.
…se me olvidó que te olvidé…como nunca te encontré
Con esta «espada de Damocles» a la vista, el resto del mundo mira -con una tibia preocupación- el conflicto entre Rusia y Ucrania.
La Unión Europea ante la inminencia de la subida de los precios de energía, pide al Kremlin que mantenga indemnes los ductos gasíferos que pasan por Ucrania y suplen de gas ruso a sus países miembros, mientras Putin les avisa que tendrán que pagarle en rublos, ya que le bloquearon el sistema bancario Swift, por lo que estas exportaciones no pueden ser canceladas en euros o dólares.
Para evitar que a los europeos les suba el precio del gas, Canadá ofrece que puede enviarles 200 mil barriles equivalentes diarios, lo que, a claras luces, no cubre las necesidades de la UE, y para evitar molestias e impopularidad entre sus ciudadanos, debe seguir «pelándole los dientes» a Rusia, mientras buscan una solución más estructural. Sin embargo, el pasado 25 de marzo Biden garantizaba a los europeos que aumentarían en un 67.5% las exportaciones de gas natural para reducir la dependencia rusa.
Los mercados internacionales se acostumbran y acomodan tras unas primeras semanas de incertidumbre. Así, los precios de commodities energéticos y agrícolas, se corrigen y descienden a precios más potables, luego de que alcanzaran alzas históricas.
Del mismo modo, los índices bursátiles europeos, asiáticos y americanos, que se dieron un «culazo» los primeros días del conflicto, se recuperan y hasta normalizan de manera sorprendente.
Tejemanejes diplomáticos corren entre Washington, Bruselas, Londres y Pekín; claras fuerzas imperiales, cuyos intereses se encuentran y cruzan. Mantener calmado y satisfecho a Xi Jinping es vital para Occidente, no vaya a ser que al chino en un golpe de timón inesperado se le ocurra apoyar financiera, comercial o bélicamente a Rusia. Esto sería indigesto para gringos y europeos, abriendo una grave brecha inmanejable por todo el orbe.
Países naturalmente aliados de Rusia, como Turquía, China, Corea del Norte, Irán, Cuba, y hasta nuestra Venezuela; guardan un conveniente silencio por el natural temor a ser aún más sancionados por los gringos y hasta «hacen carantoñas» al imperio yanqui que promete laxar distancias y sanciones, desarrollando o afianzando relaciones comerciales.
…y la verdad no sé por qué…se me olvidó que te olvidé
El mundo sigue caminando, como si poco pasara, mientras se estima que las bajas ucranianas superan las 16 mil víctimas militares y civiles, entre las que cuentan cerca de 400 niños. Los rusos muertos, en su mayoría militares, ya son 14 mil. 3,5 millones de refugiados, salen de Ucrania a Moldavia y de allí al resto de Europa. En más de 6 millones se estiman los desplazados dentro de la propia Ucrania.
Será este escenario del tan cacareado «nuevo orden mundial». La gente muere, podría desparecer parte de la humanidad ante un conflicto nuclear, mientras los intereses económicos priman en el mundo.
En qué nos diferencia esta situación bélica de reptiles que pelean por una presa. Incluso en los mamíferos más primitivos existe un instinto de cooperación y preservación de la especie. ¿Merecemos realmente el título de humanidad?
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