Los dos principales argumentos en contra del aborto voluntario o inducido son, que el aborto es un pecado porque esconde una vida sexual promiscua e irresponsable, y que el aborto es un homicidio porque estás matando a una persona. Así, los epítetos de “puta” y “asesina” son los favoritos en redes sociales para descalificar a quienes hablan a favor de la despenalización o legalización del aborto.

Las nociones de pecado y homicidio vinculadas al aborto están asociadas a los preceptos de la Iglesia católica y al debate que se ha dado en el seno de esta a lo largo de toda su historia. Así lo explican las Católicas por el Derecho a Decidir, que son un grupo de mujeres católicas que integran esta organización de larguísima trayectoria en nuestro continente. Aquí les comparto de manera muy resumida lo que ellas nos explican.

En los primeros cien años de la cristiandad, la Iglesia católica debatía: 1) si el aborto era usado para ocultar “pecados sexuales”, como el adulterio y la fornicación; y 2), si el feto tiene alma desde el momento de la concepción o llega a convertirse en un ser humano en el transcurso de su desarrollo.

En los primeros seis siglos de cristiandad, la Iglesia era descentralizada y no existía una autoridad papal como la actual, no había una posición única. Los teólogos más importantes, entre los que estaba San Agustín, argumentaban que el aborto no era un homicidio en las primeras etapas del embarazo ya que consideraban que la persona como tal comienza en algún momento después de que el feto ha empezado a crecer (actualmente se plantea a partir de las 12 o 14 semanas de gestación). Para otros, el aborto era un homicidio en cualquier momento y la mujer debía hacer penitencia como si hubiera cometido un homicidio, pues consideraban que en el momento de la concepción ya se inicia una vida humana con alma.

Los escritos de San Agustín reflejaban la posición generalizada en esa época y el aborto requería penitencia solamente bajo el aspecto sexual de pecado, no por considerarse un homicidio.

En palabras del propio San Agustín: “La pregunta sobre el alma no se decide apresuradamente con juicios no discutidos ni opiniones temerarias; según la ley, el acto del aborto no se considera homicidio porque aún no se puede decir que haya un alma viva en un cuerpo que carece de sensación ya que todavía no se ha formado la carne y no está dotada de sentidos”

Durante la Edad Media, los documentos sobre las penitencias trataban el aborto como uno de muchos posibles actos pecaminosos, pero no se contaba entre los pecados más serios que se pudieran cometer y las penitencias variaban según las costumbres de cada lugar. En este período, la mayoría de los teólogos aceptaba la teoría de la hominización retardada. Santo Tomás de Aquino sostenía esta posición y consideraba el aborto solo como un pecado contra el matrimonio. Para Santo Tomás, como el cuerpo y el alma se unen para formar un ser humano, no puede haber un alma humana en algo menos que en un cuerpo completamente humano, el feto en desarrollo no tiene la forma sustancial de la persona humana.

A principios de la época premoderna, aún no existía consenso en el tema del aborto y entre las penitencias para el aborto del feto formado y las del feto no formado.

En 1588, el papa Sixto V preocupado por la prostitución en Roma y considerando que la aplicación de penas severas y rígidas al aborto disminuiría la incidencia de este pecado sexual, publica la bula Effraenatum en la que se afirma que el aborto y la anticoncepción eran homicidios en cualquier período del embarazo, y que eran tanto pecados mortales como crímenes civiles, la penitencia impuesta era la excomunión y se aplicaba la pena civil máxima. Posteriormente, empezaron a darse una serie de corrientes de pensamiento en la medicina y en la propia Iglesia que empezaron a dar mayor fuerza a esta tesis, que, al combinarse con el creciente culto de la Inmaculada Concepción de María ha dado por resultado la doctrina actual de la Iglesia católica y que mantiene el papa Francisco.

No obstante, es preciso enfatizar que no ha habido en la Iglesia católica una tradición clara y continua que haya considerado el aborto como homicidio a lo largo de toda su historia y aún no se han resuelto varios problemas teológicos, de hecho, hoy en día existen muchas voces disidentes a lo interno de la propia Iglesia, como la monja y teóloga feminista brasilera Ivone Guevara, que se suman a la visión de San Agustín y de Santo Tomás de Aquino para abogar por el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo, su reproducción y su sexualidad.

Con todo esto, la buena noticia es que ¡hay santos que están a nuestro favor!

***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

Psicóloga, feminista, coordinadora ejecutiva de AVESA (Asociación Venezolana para una Educación Sexual Alternativa) y profesora de la Maestría de Estudios de la Mujer de la UCV.