I
No me gusta la solidaridad automática, me parece una trampa eso de caer en la tentación de pensar que la gente es buena por definición y que por definición uno deba prestarle apoyo. Creo que uno debe evaluar con cuidado las cosas que dice, hacer lecturas cuidadosas de la realidad, tantear el terreno lo suficiente como para pisar en firme. Hacer opinión implica construir una visión fundamentada acerca de la realidad. Lo que diferencia el juicio de los expertos de la conversación cotidiana es, precisamente la incorporación de categorías teóricas, conceptuales dentro de la argumentación.

Existe una diferencia sustantiva entre construir una versión adecuada acerca de la realidad y otra es hacer juicios de sobremesa. Lo primero implica seguir una línea de pensamiento más o menos acabada, fundamentada en determinados referentes. Lo segundo no es mas que sacarse del entrepecho esas cosas que uno lleva por dentro por el simple hecho de hacerlo. El problema de quienes hacen vida pública es que tienen el potencial de afectar con sus ideas y sus acciones la vida de los demás, no solo desde una esfera individual sino desde las implicaciones que su quehacer pudiera tener en el colectivo.

La realidad, a fin de cuentas, no es el resultado del deseo, sino de sus contenidos específicos. La verdad no tiene un carácter declarativo sino que la misma debe ser comprobable en los hechos. No basta, entonces, con decir que las cosas son de una determinada manera para que lo sean, sino que es necesario que existan evidencias comprobables acerca de los hechos y situaciones que alguien pudiera llegar a plantear en un momento determinado.

Esto no quiere decir que el conocimiento no tenga un contenido especulativo; de hecho lo tiene. Se plantean las hipótesis correspondientes y desde allí se empiezan a elaborar deducciones a partir de las cuales se comprueba o no lo que se argumenta y se comprueba o no una tesis determinada. No parece lógico condenar, por ejemplo, a un investigador por realizar argumentos que se fundamentan en una lógica especulativa, en la construcción de escenarios posibles, en la prospectiva. Tampoco parece lógico, en una sociedad democrática, condenar a la gente por opinar, por mantener posturas críticas, por cuestionar a quienes ejercen el poder, o al devenir de las políticas públicas, etc.

Es preferible lidiar con los excesos de quien pone su pensamiento en la calle y lo muestra a los demás que hacerlo con el silencio. En general las sociedades silentes, aquellas en las cuales se atropella la opinión ajena, se la somete a los tribunales, tienden a ser sociedades tristes, en las cuales no florecen las ideas. Tienden a ser sociedades controladas por y desde el miedo, en las cuales algunos prefieren callarse antes que enfrentarse al poder. Las voces que no se manifiestan quedan condenadas al silencio y al olvido.
II
De Sócrates se decía que era como un tábano que llamaba la atención de los atenienses para obligarlos a conocerse a sí mismos. El asunto no es trivial. Sólo tomándonos el trabajo de saber quienes somos podremos conocer el mundo que nos rodea. Sólo de esa manera podemos construir conocimiento relevante. Así la labor de Sócrates enseñando a los demás y cuestionando a los demás tiene un carácter colectivo. Se trata de una búsqueda por construir una sociedad mejor.

Uno diría, en consecuencia, que aquel que cuestiona lo hace con la finalidad de acercarse a la verdad, de descubrir la naturaleza de ciertos hechos, de conocer las razones de algunas actuaciones. Esto es crucial en la medida en que nos permite construir visiones particulares acerca de quienes somos con los demás, cuál es nuestro momento histórico, cuáles las características de la sociedad en la que vivimos, cómo hacer que nuestra convivencia sea más sana, sea mejor.

La muerte de Sócrates, condenado por los tribunales de su tiempo -injustamente dirían algunos-; acusado de pervertir a la juventud, de no cumplir con los dioses, imputaciones todas sin fundamento, es mucho más que la muerte de un hombre, es la muerte de una forma de conciencia colectiva que le resultaba incómoda a quienes ejercían el poder en la Atenas de su tiempo.
III
No conozco al profesor Santiago Guevara. Supe de su existencia luego de su detención, no lo había leído nunca antes del drama que ahora vive. Me parece terrible que un profesor jubilado de una universidad pública prestigiosa sea detenido por razones que son, a todas luces, poco convincentes. Se trata, me atrevería a decir, de un exceso, de un ataque al pensamiento. Una manifestación furiosa de los monstruos de la sinrazón, esos que se enceguecen ante la luz del pensamiento, esos que prefieren sesgar antes que sembrar, cortar las cosas de raíz, machacarnos.

Internacionalista. Director de la Escuela de Comunicación Social - UCV. Doctor en Ciencias Políticas. Profesor en la Universidad Central de Venezuela. Consultor.

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