Los cuerpos policiales y el sistema judicial de cualquier país tendrían que caracterizarse por lo que es su función fundamental: la protección de las personas y la administración de la justicia. Es decir, resguardar a quien necesita y aplicar la ley en forma justa, sin discriminar a quién se protege o juzga.

Ni la policía siempre protege, ni la justicia no siempre es ciega. Se sabe de casos en los que la policía abusa, altera expedientes y la justicia se ejerce en forma discrecional, depende de a quien se juzgue. Así suele ser cuando se trata de delitos en los que, de alguna forma, hay aspectos sexuales involucrados, como son los casos de violencia contra la mujer y personas de sexualidad alternativa a la heterosexual.                                         

Agresiones sexuales a mujeres

En muchas sociedades, el solo hecho de ser mujer les hace vulnerable a agresiones sexuales que se expresan de múltiple forma.  Una de ellas es la censura del cuerpo de la niña o adolescente que puede llevarlas a aplanar el placer sexual, ya sea con procedimientos tan violentos como la ablación del clítoris o enseñarles a negarse el placer con desarrollo de la frigidez o el vaginismo que asocia al sexo con dolor.

Por demás, en casi todas las sociedades, las mujeres, en menor o mayor grado, son sujeto de abuso y agresiones por su género, por ser mujeres.  Muchas de las funciones y deberes que se le imponen culturalmente son una forma de abuso. Junto a eso, las mujeres corren el riesgo de ser víctimas de agresiones sexuales de diferente tono, alguna tan grave como la violación sexual con el dolor físico y vergüenza social que produce.

El calvario de la mujer abusada sexualmente

Cuando una mujer es víctima de violencia sexual no solo sufre por el acto a la que ha sido sometida, sino que, a partir, de allí, si decide denunciar -como es esperado que lo haga- comienza un largo calvario que aumenta su sufrimiento y convicción de ser una persona sujeta a discriminación y abuso por el solo hecho de ser mujer.

Las instituciones policiales, médicas y judiciales, entre otras llamadas a atender los casos de violencia hacia la mujer, suelen estar preñadas de machismo.  Inclusive cuando quienes atienden el caso sean otras mujeres. Esto implica que tienden a culpabilizar a la mujer por lo sucedido y a buscar razones atenuantes para el agresor o agresores. De esa manera, la denunciante es revictimizada. Su dolor y rabia aumentan.

La violencia machista es extensa y hay que pararla

La vulnerabilidad de las mujeres ante las agresiones sexuales por parte de hombres, funcionarios e instituciones machistas, se extiende a otros grupos sociales.

Las personas que ejercen su sexualidad de forma alternativa a la heteronormativa, como los gays, las lesbias, bisexuales, trans y cualquier otra expresión de género o relaciones sexuales, está expuesta a ser agredida por ser como es.  A las agresiones verbales o físicas por parte de quienes sufren de fobias sexuales, se suman los malos tratos y procedimientos viciados por parte de las instituciones que se suponen están para proteger a toda persona, independientemente de su sexo o expresión de género sexual.

En lo ideal, si naturalizamos lo sexual, si lo asumiéramos y habláramos de esos temas con mayor naturalidad, probablemente, habría menos peligros y agresiones sexuales. Pero como estamos lejos de ello, el sufrimiento de la mujer y de las minorías sexuales debido a abusos o violencia sexual, pudiera ser menos si en su país hay leyes que le protejan, organizaciones no gubernamentales que le apoyen y se produzca una movilización social ante cada caso de agresión sexual que se produzca.

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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

Del mismo autor: Crímenes de odio

Leoncio Barrios, psicólogo y analista social. Escribidor de crónicas, memorias, mini ensayos, historias de sufrimiento e infantiles. Cinéfilo y bailarín aficionado. Reside en Caracas.