Cuando nació la Mesa de la Unidad Democrática, uno de los intentos más hondamente sentidos por sus verdaderos fundadores -no por los de la “nueva versión oficial” sino por los que la fundaron realmente, entre los que se cuentan Antonio Ledezma (ABP), Gabriel Puerta (Bandera Roja) y Luis Ignacio Planas (COPEI), Leopoldo López (VP) entre otros-, era enfrentar la irracionalidad del oficialismo con la racionalidad política de la democracia; era enfrentar la unicidad oficial, con la diversidad y la inclusión.
La “Unidad” consistía para entonces justamente en unir lo diferente, en juntar la diáspora política que había producido el pensamiento oficial por vía del uso de la irracionalidad política, del resentimiento como motor de la acción política, del maniqueísmo extremo, del estigma como instrumento de validación social. Todas formas despóticas de dominio social.
Esta era la principal meta en materia de estrategia, y que tuvo como cima más destacada el triunfo en el referendo revocatorio de 2007. “Una victoria de mierda” que cambió el curso de la oposición en Venezuela; el punto de inflexión a partir del cual comenzó la debacle progresiva del oficialismo.
Efectivamente, se enfrentaron en aquel momento dos modelos de país, no entre capitalistas y socialistas como algunos también irracionales quieren imponer como historia, sino entre racionales, demócratas, e irracionales y fascistas organizados en torno de las mafias gobernantes. Ese fue el principal choque y el principal logro de una política de verdadera Unidad para aquel entonces, que abrió en el horizonte una esperanza.
Ese rumbo cambió de pronto en la MUD. Pero para comprender ese cambio es necesario ver más allá de lo fenoménico, de lo superficial. Nadie ve la savia del árbol a simple vista, pero es la savia la que hace al árbol. ¿Qué medió para ese cambio en la política de la MUD y que resultó con la fractura honda que sufrió en 2014?
La eficiencia política de la irracionalidad y el engaño en el ejercicio del poder
Aunque este intertítulo habla solo, es necesario algunas aclaratorias. Si de algo debe tener “orgullo” Venezuela es de su capacidad de innovación en distintas áreas en las que la política destaca. Hugo Chávez inauguró una nueva forma de dominación, de ejercicio del poder político que hoy no solo es imitada y perfeccionada en Latinoamérica. Rusia y China hacen gala actual del modelo chavista, por ejemplo, con la falsificada reminiscencia “comunista” de marquesina. Pero de este modelo no solo aprendió el mundo aliado del fallecido Hugo.
Los primeros dirigentes de la MUD en “descubrir” la eficiencia de esta nueva forma de dominación -despotismo en su sentido amplio, uso de los recursos del Estado de manera discrecional y mercantilizaron y corporativizacion de la organización social, etc-, en descifrar para sí este modelo sectario y excluyente por definición, no tardaron en adaptarse con mucha facilidad a su uso. La aspiración estratégica de la MUD fue cambiando en correspondencia con ese “hallazgo” que abrazó inmediatamente una parte de la dirigencia en la MUD.
El punto de quiebre estuvo justamente en el marco de una derrota imperdonable: 2013. Frente a la eventualidad del triunfo de Henrique Capriles, los chinos y los rusos también jugaron para preservar sus intereses. En ese trance, hicieron buenas migas con algunos dirigentes que tuvieron derivaciones políticas incuestionables. También lo hicieron los cubanos. La aceptación precoz de la derrota electoral no fue gratuita. La paz social se negoció inmediatamente y se estableció el criterio de “la transición”, del “diálogo” y el entendimiento de intereses. Un país acostumbrado al bipartidismo puede compartir las riquezas patrias entre dos o más cogollos. Total, ya es costumbre. La “paz social” era entonces la única garantía de ese reparto frente al riesgo inminente de una sublevación popular.
2014, entonces, fue el quiebre definitivo. La Salida sentenció la diferencia entre quienes estaban dispuestos a una transición de poder que preservara los mismos intereses en juego por las consecuencias de una crisis, entre quienes se entienden con intereses y quienes estaban dispuestos a propiciar un cambio.
La dirigencia que finalmente se apoderó de la MUD prefirió ejercer la misma forma de dominación oficialista, pero puertas adentro. El mismo uso abusivo de los recursos del Estado (alcaldías y gobernaciones en este caso), un modelo clientelar impuso a un cogollo propietario de la estructura unitaria, y la hizo sectaria, irracional y autoritaria. En lugar de la aspiración estratégica originaria, se levantó un muro entre la sociedad libre y organizada y la MUD. Dejó de ser propiedad ciudadana y como el petróleo, pasó a ser de uso exclusivo de sus regentes.
Esta fractura fue más allá. Allanó el camino para que una estrategia de reparto del poder se erigiese y no para que subsistiera una perspectiva de cambio. Los intereses particulares y de reparto se impusieron como mecanismo y la ley del más fuerte se convirtió en la nueva musa unitaria, en su inspiración. A las elecciones del 6D se presentó una propuesta rácana y áspera, no incluyente y fruto de una puja, más que de una estrategia de inclusión, unitaria y de cambio real. Se impuso una estrategia que tras el disfraz y la aspiración legitima de cambio, se presentó como la garantía más aberrante de continuidad. De continuidad en la forma de ejercicio del poder político. Pero sin duda, los resultados electorales hablarán seguramente mejor que este escrito.
2015 fue el peor año para el chavismo. El año en que todo indicaba una derrota incuestionable y una debacle indetenible. Era el comienzo de un fin anunciado y posible, y sin embargo hoy, a horas de una elección, hasta los más agudos pero entusiastas opinadores hablan de que “la cosa está cerrada”. ¿Está cerrada la cosa con un país devastado y destruido hasta en su condición humana más honda? Es devastador para el espíritu esta circunstancia, para ese país que uno toda la vida ha soñado y se ha empeñado en cambiar.
El chantaje de que “solo la MUD es el cambio”, se impuso en el mismo tenor oficialista. El surgimiento de una política cuyo centro de debate es el show político, con medios totalmente controlados por las voces oficiales de ambos bandos, se implantó. “Traidores de la patria” comenzaron a emerger de lado y lado, y quienes traicionaban el “legado del comandante” eran igual de traidores que quienes se colocaban fuera de la “unidad”, fuera del cogollo de la MUD. Se impuso la tan ansiada polarización. Algo para lo que Hugo Chávez trabajó con ahínco, y efectivamente hoy es el verdadero legado.
Los resultados electorales hablarán y aunque no toda derrota es lamentable, tampoco las victorias siempre son el triunfo de lo correcto. Venezuela vive una hora negra, cruel y despiadada con el espíritu de los libres, inhumana y abyecta, en donde todo pinta como el fin. Así de oscuro siempre es el amanecer.
Esta circunstancia tiene que servir de escarmiento a ese apoyo irracional que una buena parte de lo que llaman “sociedad pensante” le ha dado a un cogollo, hoy claramente negociado, que fragua una derrota tras otra, incluso alcanzando la victoria. Lamentos vendrán luego de los potenciales saltos de talanquera, tarde o temprano. Y en la conciencia de esos que llamaron “traidores” a más de un independiente, retumbará la historia tarde o temprano.
Como en toda sociedad, los cambios se dan entre contrarios y no entre iguales. La gente quiere Cambio, dicen los analistas como apoderados de un gran descubrimiento, pero asociando al cambio a una suerte de continuidad.
No. La Venezuela que quiere cambio, quiere cambio de verdad. Si la oposición se presenta como una suerte de continuidad negociada, no recogerá el descontento chavista y opositor, casi por igual sin esperanza inmediata visible. No lo hará en campaña, ni lo hará siquiera ganando unas elecciones llenas de ventajismo y atropello oficial en ambos bandos frente a la disidencia.
Un régimen político en su extensión teórica es una forma de dominación y de ejercicio del poder. ¿Es esto lo que quiere cambiar la oposición utilizando justamente las mismas prácticas, o solo es un “quítate tú para ponerme yo? Esta reflexión debe quedar entre los pensantes, entre los ciudadanos, entre los militantes de base, en la dirigencia media de los partidos, en quienes que aún se cuece una esperanza.
Particularmente, apuesto a una derrota del chavismo como el peor mal que le pueda suceder a un pueblo, pero no con ello apuesto a una victoria de la MUD, hoy también devastada por una misma forma de dominación. El miedo a que el legado abyecto de la irracionalidad del oficialismo se apoderara del espíritu de la gente buena en la oposición, quizás nos alcanzó por un momento. Pero me transo con la victoria ciudadana, con la victoria popular que tarde o temprano llegará, cuando la conciencia de quienes pueden influir en la gente, positivamente, esté por encima de los sentimientos, la frivolidad y el nado a corriente; cuando el pueblo se alce sobre sus propios pies para construir la historia, su propia historia. Con esa victoria sí me la juego. Por eso, mañana 6 de diciembre, yo voto.