Angry Furious Boss Character Character Yelling at Male Employee Scolding for Incompetent Work. Businessman Worker in Stress Deadline Situation, Bullying in Office. Cartoon People Vector Illustration

Una de las primeras reglas que sostiene a la democracia es que, fundamentalmente, se acepta todo menos la violencia. Usted tiene derecho a expresarse, a competir por un cargo de elección popular, a rezar a su Dios, a pintarse su cabello de verde o intentar convencer que su idea para organizar al país es mejor que la del resto, pero sí —y solo sí— usted lo haga abandonando a la violencia como recurso o método de acción para cumplir sus propósitos.

En simple, ningún demócrata debería aceptar, justificar o naturalizar el uso de la violencia para alcanzar determinados fines. Usted tiene todo el derecho de estar en desacuerdo con cualquier político, religioso, activista social, deportista, músico, abogado o médico, pero no puede celebrar —ni mucho menos ejecutar— un acto de agresión contra esa persona.

La violencia política no se legitima en ninguna circunstancia. Los demócratas íntegros saben que la democracia consiste en convivir pacíficamente con el adversario, ya lo dijo Ortega y Gasset. Además, también saben que la alimentación de la violencia solo provoca caos y, por cierto, ninguna sociedad puede lograr bienestar en el caos.

Así pues, los ataques que sufrió Juan Guaidó el fin de semana pasado en el estado Cojedes (y semanas más atrás en menor magnitud en el Estado Zulia) se condenan siempre, más aún si usted cree en la democracia y los principios que la conforman. Porque recurrir a la violencia —o justificar que otros lo hagan— es todo lo que se imagine, menos un comportamiento de la vida cívica democrática.

Un demócrata debe someter sus opiniones al escrutinio público y, evidentemente, escuchar lo que el otro quiere expresar. La coacción para silenciar o la amenaza para intimidar al otro no tiene cabida en el espíritu de la democracia. Las ideas se debaten sin violencia, y aquel que intente legitimar lo contrario, simplemente está coqueteando con los comportamientos arbitrarios, despóticos o, mejor dicho, antidemocráticos.

Al momento de condenar la violencia no debería existir medias tintas, porque basta que unos cuantos guarden silencio —o argumenten tres pretextos— para que la violencia sea la reina y señora de la sociedad, donde, por cierto, cada uno intentará esgrimir la mejor excusa o justificación para llevar a cabo actos violentos como mecanismo para alcanzar sus objetivos.

Es bien sabido que la libertad política y la vigencia efectiva de los derechos humanos son algunos de los pilares básicos de la convivencia democrática, y estos se defienden en todo lugar.

La democracia no es para formar una banda donde se cante una melodía idéntica o, en otras palabras, la democracia no es para cantar un coro unánime, sino que, al contrario, es para reconocernos entre todos, gestionar nuestras diferentes perspectivas o visiones de la vida y procurar convivir en paz. En democracia cabemos todos, solo se excluye una cosa: la violencia.

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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

Del mismo autor: Primero al reino de lo posible

Economista con un Magister en Políticas Públicas. Colaborador de varios medios nacionales.