Yo diría que celebrar el día de los trabajadores en Venezuela es, como mínimo, una contradicción en términos. En la dinámica que ha marcado el Gobierno acá, simplemente, no se trabaja. Impresiona que la semana próxima, la mayoría de las oficinas públicas vayan a estar cerradas durante cuatro días. No estoy seguro de poder afirmarlo pero me parece un caso único en los anales de la historia del moderno Estado Burocrático. Es así que nos encontramos en un país en el cual la gente cobra sin trabajar, las diligencias deben esperar hasta el cansancio y la gente está obligada a quedarse en sus casas hasta que finalmente llueva.
Esto pone en perspectiva un aspecto crucial de nuestra crisis nacional. Tenemos un gobierno que no gobierna. Cuya acción se limita a mantenerse en el poder a toda costa y que no parece preocupado por el bienestar de la gente, ni por el futuro de esta sociedad. Es de suyo terrible que el gobierno sea ineficiente como lo es. A fin de cuentas ha mostrado suficientemente sus incapacidades para la administración de lo público, para atender los problemas de la gente común, para abastecer productos, para mantener el orden público, para atender la salud y la seguridad de la gente, etc. Se trata de un gobierno que juega a la anarquía.
Pero es mucho peor que quienes nos gobiernen se dediquen a fomentar la vagancia como forma de vida. Desde las famosas becas asistenciales hasta los días de asueto, pasando por los puentes, estamos creando incentivos para que la gente no cumpla con sus responsabilidades. El asistencialismo desmedido ha instalado un profundo pragmatismo en nosotros, de manera que la construcción de apoyos a lo político ha adquirido un carácter utilitario que tiene menos que ver con la construcción de valores democráticos que con la evaluación de beneficios.
Sufrimos los males de un populismo descarnado que se ha instalado a todo lo largo de nuestra sociedad, basta con ver los alcances de las políticas públicas o los contenidos de la agenda parlamentaria para convencerse de que vamos por mal camino, que no nos damos cuenta de que acá se trata de redefinir los contenidos del contrato colectivo, que necesitamos redefinir los contenidos de lo político en términos de aquello que permita una convivencia ordenada entre nosotros.
Creo que se hizo un gran esfuerzo para la recolección de firmas, sin embargo, no comparto la euforia de algunos. No soy por definición una persona pesimista pero me gusta ver las cosas con cierta objetividad. Estamos apenas al inicio de un proceso que puede ser bastante largo y lleno de dilaciones. Al final de la historia el Gobierno también va a jugar en esto y va a hacer todo lo posible por mantenerse en el poder. Confieso que a mí me cuesta mucho ver, en lo inmediato, una salida institucional a la crisis que vivimos como sociedad. Estamos frente a la destrucción de los espacios para la convivencia colectiva.
De manera que nuestros problemas más graves no son los económicos, se trata de la ruptura del tejido social. Tenemos una sociedad muy enferma, en medio de una crisis de identidad y de valores que es muy profunda que no se resuelve con pura represión, ni con pura legislación. Se trata de una sociedad que se ha roto, que no identifica límites ético- morales, que transgrede. Son tiempos de ruptura.
Se trata, entonces, de la necesidad de ponernos de acuerdo, de crear identidad ciudadana, de rescatar nuestra historia para reconocer de dónde venimos, de establecer el rango de acuerdos mínimos desde los cuales podemos construir ciudadanía y de garantizar el reconocimiento de los demás y de sus intereses. Se trata de la necesidad de reconstruir los espacios para el diálogo y el reconocimiento del otro.
De manera que tenemos un largo camino por delante. Va a requerir de nosotros mucho esfuerzo, mucha organización cívica y mucha madurez para evitar la desesperación y los atajos. Aun que no sea visible la salida debe darse dentro de la lógica de las instituciones republicanas que nos hemos dado como sociedad y que reconocemos como válidas, y siempre y cuando éstas actúen de una manera que reconozcamos como justa para todos los involucrados.
Así que tenemos mucho trabajo por delante y poco entrenamiento en cuanto a nuestras actuaciones cívicas. Este ha sido un tiempo de perversiones, de transgresiones, de resentimientos. Va a ser muy difícil sanar las heridas que se han instalado en el alma de la República. Es necesario un programa de rescate que sea urgente, que nos lleve a pensarnos con cuidado, desde categorías teóricas serias. Es tiempo de trabajar y no de celebraciones vacías.