¿Qué país estamos construyendo? Me hago esta pregunta en medio de la devastación que percibo a mi alrededor. Se trata, claro, de un asunto de percepciones, uno se encuentra con diversos discursos que resuenan como ecos distantes en nuestro ámbito de lo público. Tránsito a lo largo de una ciudad bulliciosa, llena de cláxones y maldiciones. Desde hace mucho Caracas ha dejado de ser la sucursal del cielo. Es impresionante el montón de basura que se acumula en sus calles, el desorden generalizado, la imposibilidad de transitar descuidadamente sin temor a que algo nos pase. Vivimos tiempos signados por el caos y el miedo.
Nos encontramos frente a la lógica de la destrucción. Cada vez es más notorio el número de personas que se alimenta de la basura en las calles, cada vez lo es más el caos del transporte, cada vez son más largas las colas de gente comprando alimentos, o la escasez de medicinas, cada vez es más difícil atender a los pacientes con cáncer, o a los ancianos. Es interesante que tengamos un gobierno que no se da cuenta de que la construcción del bienestar para la gente depende de la construcción de las políticas públicas apropiadas, que no es posible construir un país desde la emergencia permanente ni desde la confrontación.
Uno apuesta por la posibilidad de soñar en un país mejor. Para que ello sea posible es necesario que algunas cosas cambien de manera sustantiva. Según John Rawls la Justicia es la más importante de las instituciones sociales. Por definición la coherencia de una sociedad, cualquiera que esta sea, estará determinada por la calidad de las transacciones y los intercambios que produzcan entre las personas que la habitan. Se trata de buscar un resultado social que sea coherente con las necesidades de la gente y se trata de que los contenidos de esas necesidades sean definidos desde y por la gente.
Los venezolanos enfrentamos problemas sustantivos. Esta es, sin lugar a dudas, la crisis más importante que hemos enfrentado como sociedad en los últimos cien años. La realidad es que nuestro tejido colectivo se ha rasgado de una manera profunda, que no existe entre nosotros un acuerdo mínimo acerca del contenido de las reglas que puedan garantizar el orden y la convivencia entre nosotros. Somos una sociedad escindida. Allí donde el arreglo colectivo está roto, es difícil ponerse de acuerdo acerca de los contenidos del futuro que queremos construir.
Se ha puesto en riesgo nuestro Bienestar. La verdad es que los venezolanos vivimos cada vez peor. Cierran las fábricas, la gente se va del país, los servicios públicos empeoran, hay hambre entre nosotros. Uno tendría que preguntarse cuál es el resultado de este largo proceso que hemos vivido en las últimas dos décadas. La verdad es que todos conocemos la respuesta nos hemos convertido en una sociedad cada vez más pobre, cada vez más violenta, este proceso político ha hipotecado nuestro futuro. Es terrible que nuestras preocupaciones cotidianas se definan, cada vez más, en el ámbito de la supervivencia.
La acción gubernamental ha impuesto nuevas formas de exclusión. Es terrible que los beneficios colectivos estén asociados a la militancia política. Es evidente que los Clap son mucho más que un mecanismo de repartición de bolsas de comida; es, con mucho, una forma de control social. Este gobierno ha instaurado el Bozal de Arepa como un mecanismo para garantizar el control social, para generar dependencia. Lo he dicho antes, una de las cosas que más me preocupa es observar como muchas de las prácticas de este gobierno se asemejan a aquellas que fueron instauradas en Europa Oriental en los tiempos del Socialismo Real.
Esto nos lleva a preguntarnos por la naturaleza de este gobierno. A fin de cuentas un gobierno que amenaza a quienes vamos a marchar el 1ro de septiembre con desatar una situación peor que la de Turquía o que aumenta el sueldo mínimo de manera inconsulta, o que niega la posibilidad de un juicio imparcial a Leopoldo López, solo puede ser considerado como un gobierno autoritario. Vivimos, entonces, los tiempos de un autoritarismo decadente incapaz de construir para el futuro. Un autoritarismo que se niega a consultar a los demás, a considerarlos personas.
Se nos ha impuesto la dinámica de la confrontación política como algo cotidiano, se nos ha secuestrado la posibilidad de construir sueños y compartirlos. Todos y cada uno de nosotros, los ciudadanos comunes y corrientes, nos encontramos ante la necesidad de sobrevivir y esto hace que nuestras vidas sean menos felices de lo que podrían ser en una situación de normalidad.