Los acontecimientos en Venezuela transcurren de manera muy acelerada. A la represión y el anuncio de la aplicación del Plan Zamora en su fase 2 en algunos estados, se suma ahora la formalización, por parte del CNE, del anuncio de una elección para la Asamblea Nacional Constituyente a finales del mes de julio bajo las bases comiciales y procedimientos propuestos por el presidente Maduro, los cuales se alejan de los principios establecidos en la Constitución de 1999, la progresividad de los derechos, los valores democráticos universales y la tradición republicana.
En el corto plazo podríamos estar enfrentándonos a un escenario donde dos constituciones paralelas entren en conflicto. Una, aprobada y refrendada democráticamente en 1999 y 2007 y otra, aprobada de manera censitaria y antidemocrática en 2017 (o 2018), cada una en representación de dos modelos de país. Esto sin contar las altas probabilidades de que, en el camino, esta nueva instancia modifique o anule instituciones o destituya a determinadas autoridades.
Sin lugar a dudas, esta situación provocará una mutación y extensión de la violencia en el tiempo y el espacio bien sea en forma de autoritarismo, anomia o conflicto intraestatal de baja o gran intensidad. ¿Por cuánto tiempo? Es difícil saberlo. Lo que sí es cierto es que cuando dos proyectos de país son tan excluyentes en cuanto a la forma de Estado, de gobierno, deberes y derechos, las conflagraciones son más complejas y difíciles de resolver. Casos en la historia del mundo sobran. En Venezuela hemos sido testigos de las consecuencias nefastas de la imposición o el choque de proyectos contrapuestos tales como en la Independencia, la Guerra Federal, las rebeliones y golpes de Estado a lo largo del siglo XIX, XX y XXI.
Al final, como ha pasado en todos los países, los proyectos vuelven a encontrarse, después de 5, 10, 30, 60 años, después de docenas, cientos, miles o millones de fallecidos, exiliados, desplazados o afectados por el conflicto. Diversos sectores del país entienden entonces que “el otro”, el que piensa distinto, no va a desaparecer y que sólo en conjunto es posible transitar hacia mejores futuros. Al final, aquellos proyectos que alguna vez fueron excluyentes comienzan a confluir hacia un proyecto más sensato que comprende la complejidad de los seres humanos y su interacción con la realidad en toda la extensión de la palabra. ¿Dónde se da el cambio? En las mentes de las personas.
La fórmula para transitar a este nuevo estado es a través de un compromiso basado en la Unión Nacional: unión en torno al país donde cabemos todos (no “a pesar” sino) con nuestras diferencias. Unión en medio de objetivos contrapuestos, intereses complementarios y recursos limitados. Fórmulas que permitan, como señala el ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti, vencer el temor de los que se van del poder y regular la impaciencia de los que aspiran llegar, sabiendo, eso sí, que posiblemente no todos se irán y que no todos llegarán, y que ambos sectores deberán convivir en su ejercicio a lo largo del tiempo. La transitoriedad de estos proyectos puede ser más corta o larga y su viabilidad y trascendencia variable. Esto es lo que ha sucedido en Venezuela desde 1958 donde, a pesar de sus imperfecciones y deficiencias, los proyectos políticos evolucionaron y se complementaron en las constituciones de 1961 y 1999.
En el contexto actual, tan duro para todos los venezolanos, lleno de conflictos, confusiones, frustraciones, violencia, traumas, falta de expectativas, las preguntas que caben son ¿estamos claros que tarde o temprano, ahora o en varios años, con este o un mayor número de fallecidos, desembocaremos en la necesidad de encontrarnos en el espacio común? ¿Estamos dispuestos a ir buscando desde ya vías para identificar actores proclives a la negociación y al pacto para darle viabilidad al futuro del país? ¿Estaremos dispuestos a sustituir el olvido por la memoria, el perdón por la reconciliación, la impunidad por tipos de justicia transicional, la venganza por la inclusión?
A estas interrogantes agregaría la pregunta ¿cuándo lo haremos? Porque lo que sí es cierto es que este proceso es inevitable. Mejor temprano que tarde. En estos dilemas todos los venezolanos tenemos responsabilidad pero, sin duda, esta es mayor en aquellos que detentan el poder, sobre todo si con sus acciones, lejos de apuntar al respeto por la convivencia democrática, cercenan la vida y los Derechos Humanos y desencadenan más violencia.
Ir pensando en la necesidad de confluir en torno al compromiso de la Unión Nacional, bien sea en forma de gobierno de coalición, de transición, de reglas mínimas de convivencia negociadas y refrendadas, respeto a las minorías, aceptación de alternabilidad, formas de justicia, perdón y reinserción y que apunte a la renovación de un proyecto de país común puede ayudar, si no a un cambio en el corto plazo, a ir transformando nuestras mentes para abrirnos progresivamente a ese proceso ineludible en el tiempo y que requerirá de altura de miras y elevados niveles de comprensión, digestión, negociación, justicia, reencuentro y capacidad de avanzar de cara al futuro a pesar del pasado.
Foto. Iván Reyes | Efecto Cocuyo