Debido a la crisis del coronavirus, quienes vivimos en Venezuela, estamos obligados a alterar la cotidianidad más de lo usual. Además de la falta de electricidad, de agua, de gas, de gasolina, de transporte, de dinero para comprar comida, medicinas, algo que nos relaje, no podemos salir de casa. A eso pudiéramos estar acostumbrados en este país, pero esto es otra prueba.
Vivir en Venezuela y calamidad es como la misma cosa. En lo que va de siglo hemos enfrentado desgracias desde naturales hasta cíclicos episodios de confrontación política violenta con las consecuencias de heridos, muertos y detenciones.
Como si fuera poco, la falta de oportunidades y recursos para el esparcimiento, la diáspora de la familia, las caídas de Internet y la inseguridad pública han afectado la psique del venezolano, no para enloquecerlo, sino para reajustarla, y el coronavirus exige más reajustes.
Siempre es un mal momento enfrentar una crisis de salud, pero este, en Venezuela, es peor.
Sin luz o con ella, en el país falta agua potable. Sin agua es más difícil mantener el aseo, lavarse las manos, como es imperativo en esta crisis del coronavirus. El gobierno lo sabe, pero a su ineptitud se le suma la falta de recursos, la imposibilidad de resolver lo que no hizo a tiempo.
En Venezuela, la gente no dispone de dinero para abastecerse de alimentos, ni comprar medicinas, como ocurre en otras partes del mundo. Tampoco para pagar otros insumos que pudieran ayudar a paliar la crisis.
El bloqueo internacional que, en algunos aspectos está sometido Venezuela, sin duda, agudiza la crisis pero eso, la agudiza. La crisis venía desde antes y el que haya más dinero o recursos a disponibilidad del gobierno o de la oposición oficial, no garantiza soluciones.
Ante esta situación de impotencia e incertidumbre, a quienes vivimos en Venezuela se nos está pidiendo más, y tenemos que responder en consecuencia.
Aún desconocemos las secuelas que esta infinidad de problemas han tenido en la psique colectiva, pero algo es demostrable: quienes vivimos en Venezuela hemos aprendido a lidiar con limitaciones nada fáciles de sobrellevar.
Supervivencia de los venezolanos y coronavirus
Hemos desarrollado estrategias de supervivencia como las de cualquier otro ser vivo. Nosotros, como inteligentes, hemos tenido que demostrar nuestra superioridad y, quienes vivimos en Venezuela, lo hemos hecho.
Lamentablemente, hay otros factores que hacen, en Venezuela, al coronavirus más peligroso que en otras partes del mundo: un servicio de salud colapsado desde hace rato, la dificultad para conseguir medicamentos, la desconfianza de gran parte de la población hacia las autoridades gubernamentales y la tirantez en el plano político nacional que dificulta aspirar a acciones mancomunadas, una respuesta de un país unido, ni tan siquiera en momentos de emergencia nacional.
Ante la presencia del coronavirus en Venezuela hay especial preocupación por quienes tienen menos recursos económicos que, a pesar de los bonos gubernamentales, en toda crisis son los paganos; por la gente mayor que está sola debido a la emigración de la familia, y por quien, en estos largos momentos, se enferme o esté enfermo de cualquier cosa.
Si gobierno y la oposición oficial le fallan a Venezuela en estos momentos, ambas partes cometerían crímenes de lesa humanidad y no es el momento para producirle más problemas a la gente que los que el coronavirus le está produciendo. Ojalá prive la sensatez.
Por sobre todo, tranquiliza que si alguien sabe qué hacer en situaciones de emergencia, de alarma, de resguardo, ese alguien vive en Venezuela. Llevamos como 20 años (sobre) viviendo en adversidades. La crisis del coronavirus es una oportunidad para demostrarlo.
Por ahora, no solo es sensato, sino imperativo quedarse en casa. No hay tutía, el que salga, pierde y puede hacernos perder.
Juntos venceremos al coronavirus, así dicen en todo el mundo.
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