El tema de la violencia hacia las mujeres por el solo hecho de ser mujeres —también llamada violencia machista o violencia de género— debería estar siempre en la agenda pública hasta que deje de ser un problema social.
En días recientes se hizo público la violación sexual a una joven venezolana en Buenos Aires, la lenidad hacia el agresor por parte de la jueza que lo liberó y cómo se logró revertir esa decisión. Un caso con muchas aristas. Veamos algunas.
La vulnerabilidad femenina
Según el recuento de la noticia, la joven venezolana, emigrada a Argentina, ve una oferta de trabajo en Internet, acuerda una entrevista con el posible patrón y acude. Por precaución, le dice a su madre dónde irá. Según la noticia, el entrevistador la droga, ella logra enviar un mensaje de auxilio a su madre y cuando llega la policía, aunque el hombre ya ha abusado sexualmente de la joven aún así está en flagrancia, ejecutando el acto delictivo. No hacían falta muchas pruebas para acusarlo y sentenciarlo. Sin embargo, para la jueza que conoció el caso, no fue suficiente.
Ese hecho nos retrotrae a la campaña de vuelo internacional conocida como me too para denunciar el acoso y abuso sexual que aplican algunos patrones a sus empleadas en los países ricos. En estos casos, todas las denunciantes era de mediano o alto rango social. Casi ninguna empleada de panadería, obrera de fábrica o trabajadora del hogar apareció en esa campaña. Las pobres solo tienen voz en estos casos cuando las medio matan.
El reciente caso de Buenos Aires dejó oír una de esas otras voces de mujeres abusadas sexualmente, la de una joven con escasos recursos económicos. pero no fue solo la violación que ella sufrió sino la injusticia de la jueza que conoció el delito y por supuesto, evidenció, la vulnerabilidad femenina en el campo laboral.
La prepotencia masculina
Los hombres machistas —no todos los hombres son machistas— responden a la educación que recibieron: son autoritarios, irrespetuosos, abusadores, arriesgados, agresivos, violentos. Además, los machistas son misóginos, subestiman, desprecian a las mujeres y a todo lo que parezca femenino como los hombres amanerados, los homosexuales, las personas transgénero y transexuales.
El pensamiento machista —que predomina en hombres, por supuesto, pero también lo hay en mujeres, sin ser lesbianas— se atribuye el derecho de ofender, ridiculizar, acosar, abusar, humillar, insultar, golpear lo que signifique femenino. Incluso, la prepotencia machista les hace creer que tienen derecho a matar impunemente.
Hay patrones o empleadores machistas que asumen el derecho de acosar a sus empleadas, maltratarlas, abusar de ellas a cuenta de que él es quien tiene poder. El contratante de la joven en Argentina convencido de la preponderancia de su fuerza física masculina, los privilegios sociales por ser hombre y el rango social de patrón o empleador, se envalentonó con esas creencias y las usó como licencia para abusar de la joven que solicitaba empleo. No estaba muy equivocado en creer que sería protegido por la sociedad aunque, a él, el tiro le salió por la culata.
La lenidad judicial
La jueza que conoció inicialmente el caso de la venezolana violada en Argentina consideró que se trataba de un “abuso sexual simple” y que el agresor, aunque detenido en flagrancia, no tenía antecedentes penales. Es decir, que hasta el momento de la violación, era un ángel de Dios. Por tanto, lo dejó libre. Esto enardeció a la familia de la agredida y a grupos de mujeres organizadas en Argentina que salieron a protestar a las calles y en las redes virtuales.
La lenidad con la que los/las jueces deciden a favor de los hombres denunciados por abuso sexual es muy frecuente. Las propias convicciones machistas de quien juzga o las presiones que recibe, le lleva a encontrar resquicios jurídicos que permiten amainar, o perdonar, la pena del agresor o agresores sexuales.
Hay casos emblemáticos donde los jueces deciden disculpar al agresor o agresores cuando de sexo se trata. “Ella se lo buscó”, “era una puta”, “por vestirse así”, “quién la manda” son argumentos que no se dicen pero que subyacen en las sentencias. Así fue en el caso de Linda Loayza, en Venezuela, secuestrada y violada por su agresor durante meses. Hoy, él anda libre. Sucedió parecido con el veredicto del juez en el caso de “la manada”, en el que varios hombres violaron a una joven en España, y muchos, muchísimos casos más de violación o abuso sexual a mujeres en cualquier lugar del mundo donde el hombre que impune y la agredida termina acusada socialmente.
No más impunidad machista
En todas las sociedades hay una tendencia a exculpar a los hombres en casos de violencia o abuso sexual a mujeres. La comunidad, los medios de comunicación, los jueces y hasta juezas suelen estar permeados de machismo. Por eso, la familia, amistades y grupos sociales organizados tienen que salir en defensa de la agraviada ante su indefensión social y jurídica.
El caso de la venezolana violada en Buenos Aires pudiera sentar un precedente acerca de la importancia de la protesta y el apoyo social a la mujer violada. La familia de la joven y organizaciones de migrantes y mujeres argentinas reclamaron, en físico y virtualmente, la decisión de la primera jueza, lograron que se anulara su decisión y que el violador volviera a la cárcel para ser juzgado de nuevo. En este caso fue exitosa la movilización, pero no siempre ha sido así.
En muchísimos casos de violación sexual a mujeres hay protestas sociales y aún así, el violador queda libre. Es necesario que haya voluntad política y sensibilidad social en las esferas del poder para que esos delitos se paguen. Podría ser que eso fue lo que pasó en Argentina con el violador de la joven venezolana. En otro país, en otro contexto político, un caso como este, lo hubiesen archivado prontamente.
Lo que tiene que ser una meta social, en cualquier lugar del mundo, es el cese de la impunidad de los violadores y abusadores sexuales. Esos delincuentes no pueden salir airosos por complacencia de leyes y jueces. Comencemos por ese cambio mientras se logra el otro a más largo plazo, erradicar al machismo.
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