El reinicio de las actividades escolares se ha convertido en un tema escabroso en estos días. En este momento, nuestro enfoque inmediato debe ser la salud. Algunos argumentan que la reapertura de las escuelas es esencial para la economía nacional, para los padres que trabajan y para el continuo aprendizaje de los niños, mientras que otros están preocupados por los riesgos de seguridad en lo que respecta a la transmisión del coronavirus.
Los estudiantes y el cuerpo docente de muchas universidades venezolanas también han compartido en las redes sociales sus preocupaciones sobre los peligros de regresar a los campus universitarios. Lo cual además está condimentado con los precarios salarios del sector: los profesores estamos manteniendo la educación universitaria en una especie de ejercicio de “voluntariado”.
Hay muchas precauciones que deben tomarse para permitir que los estudiantes, docentes, personal administrativo y obrero vayan a la escuela o a la universidad de manera segura, como mantener a los estudiantes en grupos pequeños, nuevos diseños de aulas, contar con el equipamiento de bioseguridad, calendarios flexibles que permitan atender lo impredecible, docentes adicionales en caso de que alguno se incapacite, evitar actividades como excursiones, usar medidas estrictas de distanciamiento social y jornadas continuas de desinfección de los espacios.
Recientemente el Wall Street Journal (WSJ) informó cómo Israel reabrió las escuelas el 17 de mayo y desde entonces, ha habido al menos 1.335 estudiantes y 691 empleados que se han infectado, repercutiendo directamente en el aumento del “pico” de contagio. Sin embargo, como señala el WSJ en el artículo, varios países europeos, 22 para ser exactos, han reabierto escuelas sin el mismo aumento en los casos. ¿La diferencia? Al menos según el artículo, las escuelas impusieron medidas de distanciamiento físico muy estrictas entre los estudiantes. Israel, por otro lado, había dejado de imponer distanciamiento físico a mediados de mayo. Los expertos dicen que es difícil saber si la propagación de los casos en Israel se debe a la reapertura de las escuelas o de las actividades comerciales e industriales en general.
Los datos han sugerido que, si bien los niños y jóvenes pueden contraer COVID-19, si lo contraen, los síntomas suelen ser muy leves en el 97% de los casos confirmados. Tampoco parecen infectarse a tasas tan altas como en los adultos. Pero como señaló recientemente el New York Times, a partir de los datos recopilados en países con cuarentenas estrictas o donde existen medidas de prevención, los niños no son los principales transmisores de COVID-19, pero existe el riesgo de que contagien a los empleados de la escuela, lo traigan a casa y lo transmitan a los miembros de la familia.
Adicionalmente, en un artículo de opinión del Washington Post, Mantenerse seguro y sentirse seguro, mostraron consecuencias sicológicas contraproducentes de las medidas de seguridad, como el uso de tapabocas y el distanciamiento social, que pueden crear un nivel de ansiedad originando que los estudiantes se sientan menos seguros y más como víctimas potenciales. ¿Cómo es posible que se produzca un aprendizaje significativo en una atmósfera de miedo, cuando los resultados del proceso de aprendizaje están asociados con entornos positivos? ¡Es un reto a superar!
Aquí radica un problema importante y, con suerte, una lección para Venezuela. Con los casos de COVID-19 aumentando en muchos lugares del territorio nacional, es más difícil imaginar que las escuelas tengan el mismo éxito que las escuelas en Europa. La reapertura de las escuelas puede depender, al menos en algunos lugares, de la tasa de transmisión del virus en general. Algunas regiones, como Miranda, Zulia y Distrito Capital, deberían considerar que la escuela sea virtual para el próximo año escolar, con la debida dotación y adiestramiento, tanto a docentes como a estudiantes.
Las consecuencias de la interrupción de la educación a esta escala son desconocidas en Venezuela. Pero el COVID-19 nos ha dado a los venezolanos una oportunidad. Bajo estas condiciones, la adaptación del sistema educativo es un desafío. La crisis actual ofrece un laboratorio de pensamiento de diseño de proporciones sin precedentes. ¿Cómo se puede hacer que las escuelas sean más humanas en un momento de amenaza mortal? ¿Cómo se puede integrar la inteligencia emocional en la experiencia de aprendizaje?
Como ejemplo paralelo, los profesionales médicos de los hospitales han empezado a pintar sonrisas en sus máscaras y recortar fotografías de ellos mismos para que los pacientes puedan relacionarse con un rostro humano. ¿Qué podrían idear los estudiantes, debidamente movilizados, para humanizar su entorno de aprendizaje, ya sea presencial, híbrido o remoto? ¿Cómo se podría aplicar este conocimiento en casa o en la comunidad de un estudiante? ¿Cómo sería la capacitación de los docentes para cumplir su rol empleando herramientas para la educación virtual? ¿Cómo se garantizaría el acceso a Internet para todos?
En una época de desafíos para la salud física y mental, ¿cómo podría una escuela convertirse en una comunidad de apoyo significativa? Si bien no hay respuestas fáciles, una forma de convertir los limones en limonada es darle la vuelta a los objetivos de aprendizaje, centrándose en la crisis actual como la oportunidad de aprendizaje en sí. En resumen, ¿no son estas, de hecho, el tipo de habilidades de pensamiento crítico relevantes para el siglo XXI que los educadores han promocionado durante mucho tiempo? ¿Y no es este el tipo de empoderamiento que puede transformar la ansiedad de la pasividad en la energía del activismo?
El psicólogo Abraham Maslow, motivador de grupos empresariales, indicó que “podemos orientarnos hacia la defensa, la seguridad o el miedo. Pero, en el lado opuesto, está la opción de crecimiento. Elegir el crecimiento en lugar del miedo doce veces al día, significa avanzar doce veces al día hacia la autorrealización”. Ciertamente, debemos hacer todo lo necesario para prevenir infecciones. Pero si olvidamos la oportunidad de ayudar a nuestros estudiantes y docentes a aprender y darle sentido a esta crisis, entonces habremos perdido una oportunidad histórica.
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