Sofía Ímber vive rodeada de libros, cuadros, artesanías y recuerdos. Varios Simón Bolívar de medio metro y menos, se amontonan detrás de la puerta de la entrada de su casa. Una Sofía hecha escultura saluda desde una esquina, mientras la de verdad llega. Es inconfundible, ni por accidente podría tratarse de la casa de otra persona. Más allá, un calendario de 1999 se asoma entre todos los objetos y miniaturas de su oficina. “Trescientas sesenta y cinco meditaciones para las mujeres que hacen demasiado”, reza la tapa escrita en inglés para Sofía, que ha hecho tanto: periodismo, cultura, arte, maternidad y, por sobre todas las cosas, trabajar.
Probablemente todo se haya dicho de Sofía Ímber, de Buenos días, de Carlos Rangel, del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas (MACC). O quizás en verdad se haya dicho muy poco, solo lo que ella quiere compartir. La segunda opción es más probable. A sus 91 años no se le ha quitado lo incisivo del quehacer periodístico: torea las preguntas y a veces dice estrictamente lo justo, ni en “la bajadita” Sofía Ímber deja de meditar sus respuestas, por lo mismo de que ha hecho demasiado.
Nacida en 1924, la fundadora del MACC ha visto cualquier cantidad de hitos: la caída de Pérez Jiménez, el Viernes Negro, El Caracazo y las intentonas golpistas del 4 de febrero y luego la del 27 de noviembre de 1992. Sin embargo, cuando se le pregunta si agregaría un quinto hito a todo lo vivido responde que sería el ahora. “Yo agregaría el de ahorita, el del 6D”, contesta tajante, segura.

Llega vestida de naranja, impecable, con sus prendas de siempre y el cabello sin una cana a la vista. En la oficina hay una silla blanca con su nombre y apellido en la espalda, rotulado. Pero prefiere sentarse en otra, más cómoda, de las que están en la mesa sin identificar. Ya no es la Sofía que se sienta en la silla rotulada y que hace las preguntas, pero siempre está atenta a todo lo referente a la entrevista.
“¿Puedes cerrar la puerta?”, pregunta, para evitar cualquier intromisión y cualquier ruido, buscando el ambiente perfecto. “Pon el micrófono un poquito más abajo, que estoy ronca”, parece más una recomendación que una solicitud. “Cuántos micrófonos tuve que poner yo para las entrevistas que hice…”, dice al aire, con una nota nostálgica.
Pesimista por naturaleza, porque “yo soy así”, duda que el 6D vaya a cambiar de forma inmediata lo que está pasando en el país o la idiosincrasia del venezolano. Sin embargo, ejercer el derecho al voto es imprescindible. “Votar está por encima de todo porque si uno no vota, entonces no podemos decir que nos lo quitaron”, expresa.
Asegura que la esperanza es de un valor magnífico, pero no es algo que haya funcionado para ella. La situación del país tiene mucho que ver en eso. “Por maravilloso evento que constituya una elección, un paso democrático, nada va a cambiar. Todas las cosas van a seguir muy difíciles para el pueblo. No es que el 6D sea un eclipse, diría yo, y que de repente vamos a amanecer todos honestos, todos perfectos; los diputados haciendo su trabajo, el pueblo haciendo el suyo, al igual que los sindicatos”, explica. No obstante, el voto sigue siendo lo primero.
A pesar del pesimismo y de lo malo, de que el MACC ya no lleva su nombre ni esté bajo la dirección de Sofía Ímber, el cariño que siente por el Museo de Arte Contemporáneo nunca se termina para quien lo vio nacer.
-“Hace unos minuticos estuve allá”, comenta.
-¿No ha cambiado?
-“No, el amor no. El amor es grande. Es una criatura mía y de mi compañero”, contesta.
En su quinta, los cuadros no solo están en las paredes, sino también en el piso, amontonados. En el recibo, en la entrada, en la sala, en su oficina… Libros de su fallecido esposo Carlos Rangel hay por montones, de todas las editoriales, en todas sus ediciones y en todos los idiomas: Del buen salvaje al buen revolucionario, Marx y los socialismos reales, The Latin Americans, Du bon sauvage au bon révolutionnaire. Al menos hay tres por cada tipo para sumar, por encima, unos 40 y algo en total.
Recientemente, con la nueva biblioteca de la Universidad Católica Andrés Bello, se inauguró una sala en honor a Sofía Ímber donde se preservan entrevistas hechas por ella y Rangel, además de libros donados. Todavía no está abierta al público ni a los estudiantes. “No está lista”, aclara una de las asistentes de la periodista, “quedan muchos libros por donar, pero la señora Sofía quiso que se inaugurara porque no se sabe si mañana va a amanecer”.
Aún conserva muchos amigos artistas que admira, que ve, que escucha. Pero para Sofía, los domingos son tristes. La apuesta cultural de Caracas ya no es la misma, tampoco las tardes de citas y actos con sus amigos, como Margot Benacerraf. Una inmensa tristeza la invade, diminuta, en aquella sala de homenajes, de fotografías, de regalos y suvenires.
“Esa gente que dice que hay una juventud cultural que se está desarrollando, bueno… Es muy difícil hacer arte en un país donde hay censura. Es muy difícil hacer teatro, ballet, cine, cuando éstas son las condiciones. Entonces, no creo que podamos esperar mucho de lo que hay actualmente porque las circunstancias son diferentes”, afirma, embargada de una nostalgia tímidamente disimulada.
