Mínimo una vez por semana debe trasladarse Ericka Torres desde su casa en Guarenas, a unos 45 minutos de Caracas, hasta el J. M. de los Ríos, en San Bernardino (Caracas) para que su hijo Jesús Javier vaya a consultas y terapias. Su bebé, que este 6 de noviembre cumplió sus primeros cuatro meses de vida, nació con microcefalia. No hay comprobación científica, pero todo indica que la causa de su condición fue el zika que le dio a su madre mientras lo gestaba.
Todos los martes acude sin falta a las terapias en el hospital, que buscan que su hijo mejore fuerza, movimiento y coordinación. Cuando esté un poco más grande, tendrá que asistir también a terapia de lenguaje para poder desarrollar el habla correctamente.
A Jesús, la microcefalia le ha traído además como consecuencia convulsiones, y lo lleva a ser dependiente de un tratamiento médico en una Venezuela sin medicinas. Actualmente tiene tres frascos de oxcarbazepina, el antiepiléptico recetado, pero todos los consiguió a través de donaciones -una incluso canalizada a través de Efecto Cocuyo-.
Aunque está tomando su medicación, las convulsiones no paran. Al menos un par de veces por semana, Ericka debe hacer de tripas corazón y ver los músculos de su hijo contraerse y escuchar sus gritos y llantos. A veces la respiración se le dificulta y se pone morado. Al cabo de unos minutos, todo cesa… menos su angustia.
Muchas veces, el detonante de sus convulsiones es el llanto. “Es que es un amargadito”, dice la mamá, sonriente.
Ella se desempeña como personal de seguridad en una empresa en Guarenas, pero continúa de vacaciones, lo que le permite dedicarle el tiempo que merece un niño en esa condición. El 27 de noviembre debe reintegrarse y resolver cómo hará con su pequeño hasta que cumpla los 6 meses, edad en que lo inscribirá en una guardería cercana.
Jesús consume mucho de su tiempo, pero no es su única responsabilidad. Tiene otro hijo de 8 años que estudia tercer grado, y ha empezado a exigir su atención. Ericka cuenta que desde que dedica casi todo su tiempo a Jesús, las notas y el comportamiento de su hijo mayor han empeorado. “Es muy pequeño para entender”.
Por los momentos, sigue luchando contra viento y madera por su pequeño, un bebé alerta. La única condición que lo delata es su circunferencia craneal: mide 33 centímetros, cuando la de un niño recién nacido debería medir 35.