A las 10 de la mañana, Cecilia (identidad en reserva) se asomó por la ventana de la cocina cuando preparaba el desayuno a su hija de dos años. Le llamó la atención el ruido de motor que se escuchaba tan cerca: a pocos metros de su patio, un helicóptero volaba muy bajo con francotiradores a bordo que apuntaban hacia las casas.

Del susto salió corriendo hacia el cuarto a resguardarse con su bebé y de inmediato se armó la plomazón. 35 minutos de plomo cerrado reventándole en los oídos. Lo sabe porque contó cada minuto mientras veía las comiquitas que puso a todo volumen en la televisión para distraer a la niña.

-Ese fue mi desayuno, plomo parejo-

Pero a Cecilia y a sus vecinos del sector San Miguel les tocó la penúltima arremetida de tiros. Los habitantes de Las Quintas y Las Brisas estaban desde las 4 de la mañana encerrados en sus casas, sin poder salir, ni ir a trabajar escuchando el tiroteo de lado y lado que apenas paraba por minutos.

Nadie se atrevía a subir o bajar, en especial los hombres, porque todo el que cruzaba por las veredas era detenido. Los que lograron salir entre las 6 y las 7 am para ir a trabajar tuvieron que llegar a pie hasta el Peaje porque todos los accesos de los 6 kilómetros de vía por los que se puede entrar a la Cota 905 estaban cerrados por las autoridades policiales y la parada de los yips y autobuses pasó todo el día desierta.

Cuando no había tiros, el silencio se interrumpía con el ruido de las motos, carros a toda marcha y el estruendo de las tanquetas militares tripuladas por efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana. “Yo vi de todo: Sebin, Cicpc, algunos Policaracas, unos que andaba vestidos de civil pero empistolados y otros que tenían la cara tapada con unas capuchas negras”, dice un vecino del sector El Nazareno, otra de las zonas donde el tiroteo se prolongó hasta la 1 de la tarde, cuando presuntamente mataron al último de los 14 fallecidos reportados.

“Yo creo que fueron más pero ¿quién va a sacar esa cuenta?”, agrega el vecino quien tiene 20 años viviendo en la Cota. Cuenta que su hija salió a trabajar a las 6 de la mañana pero se tuvo que ir caminando hasta la entrada del Cementerio para conseguir transporte público. Al mediodía decidió regresar a su casa en vista de la situación y aunque a esa hora el tiroteo había disminuido todavía se escuchaban zonas de fuego cruzado.

“Nosotros desde la casa la llamábamos y le íbamos diciendo por donde podía subir, según lo que veíamos y lo que nos decían unos familiares que viven por otros sectores, así fue que pudo llegar casi a la 1 de la tarde. La mamá no se despegó de la ventana hasta que la vio”.

La joven contó que cuando iba subiendo pasó frente a una casa y vio a un hombre armado encima de la platabanda. Sin que ella preguntara nada el hombre le dijo: “Aquí hay ocho muñecos. Sigue pa’ tu casa”.

Cecilia comenta que su familia fue regresando en el transcurso de la tarde. “No tenía agua potable y se me había acabado la bombona de gas pero ¿quién se iba a mover a comprar nada?”, comenta. A las 4 pm ya todos habían llegado. Los últimos en subir observaron que se estaban retirando las comisiones mixtas de seguridad que estuvieron en el operativo y finalmente abrieron el paso vehicular. “En la noche todo estaba demasiado tranquilo, más bien tenebroso. Era como un toque de queda”, dice.

Territorio con ley de plomo

Pocos se atreven a decir en voz alta el nombre de los fallecidos aunque saben quiénes son. Ni siquiera mencionan sus alias. Pero sonríen con desconfianza cuando les preguntan si entre ellos estaban los líderes de las bandas que dominan de punta a punta la Cota 905, El Cementerio y parte de El Valle. “Lo dudo”, suelta con recelo un habitante de la zona, “yo creo que se cayeron a tiros, vieron cómo era todo, se enconcharon bien y por la noche salieron del barrio a guardarse en otro lado. En un mes, más o menos, ya veremos cómo vuelven”.

La experiencia les ha demostrado que la historia es la misma aunque cambien los nombres. Pueden hacer un largo recuento de otros operativos con despliegues policiales similares que han intentado acabar con los líderes de las bandas. Pero cuando uno cae muerto, de inmediato es sustituido por otro que llega con todo a demostrar su poder.

“La única diferencia es que ahora los que mandan son aliados y se envalentonaron”, comentan los vecinos. La orden común entre los cabecillas es robar carros y pedir el rescate; de ese botín fueron recuperados 25 vehículos durante el operativo del lunes 13. Pero la gente que vive en el barrio puede ver en pleno día, algunos adolescentes que pasean en carros y camionetas por la vía. Todo el que cruce en carro o en moto desde el sector conocido como La Chivera hasta El Pinar entra en zona de alto riesgo. “A los del barrio no los roban porque saben quién es quién pero cualquiera que se meta por esa vía está expuesto a que lo bajen del carro a tiros”.

La otra orden de los cabecillas de bandas es más radical: ir de frente contra los cuerpos policiales. El 5 de junio, una comisión de la Policía de Caracas, cuya sede opera en la Cota 905, fue recibida a tiros y granadas cerca del sector Las Quintas a las 3 de la tarde. Los funcionarios requirieron la intervención del Sebin para ser rescatados. Durante el tiroteo que duró dos horas aproximadamente, cinco efectivos policiales fueron heridos y nueve motos de Policaracas fueron incendiadas.

“Cuando los malandros empiezan un tiroteo puede durar hasta dos horas seguidas porque son como adictos a disparar. Después de que se caen a tiros entonces se lanzan a disparar como locos celebrando, es como para demostrar que son los que mandan, que la Cota es la que está sonando”, cuentan los vecinos.

Y lo que está sonando es plomo. A los 15 días de ese enfrentamiento, una camioneta en la que se trasladaba el ministro de Deporte, Pedro Infante, fue atacada a tiros. Los tripulantes pudieron huir porque el carro era blindado pero tuvieron que ser auxiliados en la sede de Policaracas, a pocos metros del lugar del tiroteo.

Al día siguiente, la noche del domingo 21 de junio mientras un grupo celebraba en la calle por el Día del Padre, una patrulla de la Policía Nacional Bolivariana pasó por el sector Los Laureles cuando perseguía a unos delincuentes que iban en un vehículo robado. La patrulla fue atacada a tiros apenas entró a la zona y los policías tuvieron que resguardarse del enfrentamiento hasta que otra comisión los rescató.

En el último mes han perdido la cuenta de las ráfagas de tiros que irrumpen en pleno día y cuando les mencionan que viven en un territorio que llaman “zona de paz”, la gente que ha nacido y crecido en la Cota 905 solo sonríe:

-“Si así es la paz, cómo será la guerra”-

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