Pidió ir al baño antes de empezar a hablar. Lo escoltaron dos funcionarios del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin) y dos de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB). No se tardó ni un minuto. Los uniformados que custodiaban el cordón que bloqueaba el paso hacia la sala de la audiencia, se cercioraron de que ninguno de los que presenciaría el momento tuviera un celular en la mano. De todas las sesiones de juicio a las que asistió, Leopoldo López solo fue fotografiado una vez en 18 meses, con una cámara oculta. No querían que de esa escena saliera una segunda foto histórica en el Palacio de Justicia: “Guarden los teléfonos. Hasta que no los guarden, no sale”, advirtió un militar.
Y salió, a las 3:15pm. Llevaba lentes y una barba gris que lo hacía ver mucho mayor. Las secuelas de la huelga de hambre que mantuvo durante 30 días eran notorias: está más flaco. Vestía pantalón azul, camisa blanca, corbata roja y zapatos negros, como recién pulidos. Cuatro abogados, compañeros de partido, le gritaron todos al mismo tiempo, desde el cordón: “¡Hermano, fuerza y fe!”, “¡Leopoldo, ánimo!”, ¡Más nada, hermano, libertad!”. Él los miró de reojo, levantó el puño y sonrió, a su paso de regreso a la sala, con los funcionarios pisándole los talones.
López inició su discurso con algo que no estaba en el guión. En la audiencia final del juicio que se le siguió junto a Christian Holdack, Demián Martín y Ángel González, pidió un minuto de silencio por Horacio Blanco, uno de los suyos, fallecido en las afueras del Palacio dos horas antes de que él tuviera la última oportunidad de tratar de probar su inocencia.
No tenía detalles de cómo había ocurrido, pero se refirió al señor de 66 años, militante de Voluntad Popular (VP) desde el año 2004, como “un hermano caído”.
Testigos que estuvieron dentro de la sala durante las ocho horas de la sesión aseguraron que, durante el minuto, los fiscales del Ministerio Público (MP) aprovecharon para decirse cosas al oído. Algunas miradas les fulminaron las espaldas, en esa pequeña sala en la que no cabía un alma más, pues, como en la audiencia anterior, la mitad de los asientos estaba ocupada por funcionarios. Sólo la esposa y la madre de López pudieron ingresar como familiares directos. Por parte de los jóvenes, también entraron los más cercanos.
Medios de comunicación nacionales e internacionales esperaban abajo, a tres cuadras de distancia y con un batallón de militares alrededor, pues al Palacio no pueden entrar, aunque el artículo 15 del Código Orgánico Procesal Penal establezca que cuando se trata de juicios, deberán hacerse “en forma pública”.
La frase de López y el gesto de la jueza
Toda la antesala a la audiencia fue custodiada por 15 funcionarios de la GNB, quienes dijeron haber estado allí desde las 3:00 am del jueves 10 de septiembre. Se turnaban en el cordón. Mientras dos o tres estaban al frente, el resto permanecía en un banquito contiguo. Miraban sus celulares, conversaban entre ellos y no perdían la oportunidad de advertir que en ese recinto, las fotos están prohibidas.
Se confesaron cansados cuando aceptaron botellas de agua y de refrescos que les ofrecieron quienes esperaban a López del lado de afuera. Casi al final, cuando la jueza empezó a leer la sentencia, todos los uniformados corrieron a la puerta de la sala pues también querían escuchar. Dejaron a una mujer resguardando el acceso y enseguida volvieron a hacerle compañía. Se percataron de que la jueza tenía entre sus manos “demasiadas hojas”: “Noooo, y apenas va por la segunda”, detalló uno de ellos.
La espera fue musicalizada por un evento que en paralelo ocurría en la plaza Diego Ibarra, con el “Comité de Víctimas de la Guarimba”. En los pasillos del Palacio retumbaron las canciones de Alí Primera y la que Hany Kauam le escribió al expresidente Hugo Chávez para su última campaña. El discurso del diputado oficialista Darío Vivas y los gritos de algunos familiares de los 43 fallecidos en las protestas de 2014 también se escucharon con claridad.
Con un micrófono, varias veces pidieron condena para López, a quien consideran un “asesino”, pese a que el delito de asesinato no está contemplado en su expediente. Allí solo se le acusa de instigación pública, daños a la propiedad en grado de determinador, incendio en grado de determinador y asociación para delinquir, en relación con los hechos de violencia ocurridos luego de la marcha opositora que se realizó el 12 de febrero de 2014 en Caracas.
Janeth Frías, madre de Bassil Dacosta, la segunda víctima de aquella marcha, no desfiló en la plaza sino en tribunales. Quiso acompañar a la familia de López y cuando todo terminó, salió de la sala llorando: “Arriba hay un Dios que para abajo ve”, se le escuchó decir.
Para Antonieta Mendoza, madre del líder de VP, el momento crucial del discurso lo marcó una frase: “Creo que a usted le va a costar más escribir esa sentencia que yo leerla”, relató, parafraseando a su hijo. Se refirió al momento cuando López le dijo a la jueza Susana Barreiros que para él no sería tan difícil escuchar la decisión como para ella sí lo sería leerla, aclaró después su esposa, Lilian Tintori.
Otro testigo del proceso agregó un detalle: “La única vez que esa mujer tuvo un gesto fue cuando Leopoldo le dijo eso. Se pasó la mano por la cara y respiró hondo mientras lo escuchaba. De resto, esa juez estuvo toda la audiencia como una panela de hielo, tiesa, sin moverse, casi sin pestañear”, dijo durante el único receso que inició a las 6:00 pm, con la promesa de culminar una hora y quince minutos después.
Mientras tanto, López se comía un sandwich de lomito con papas fritas, en la sala, pues de todos los acusados y espectadores del juicio, fue el único a quien no le permitieron salir al pasillo.
Afuera, ese tiempo libre dio hasta para retomar el tema de la huída de Marco Coello, uno de los jóvenes que hasta el 4 de septiembre compartió causa con López, mientras era juzgado en libertad, bajo régimen de presentación: “Vayan a comer pero no se me vayan pa’ Miami”, bromeaba uno de los abogados con los tres jóvenes acusados. A todos se les escaparon las risas.
Otros momentos de tensión
Si a López le hubiesen permitido usar un video beam para mostrar una pieza audiovisual, esa intervención de dos horas con cuarenta y cinco minutos en la que habló hasta de Platón y Sócrates se hubiese alargado durante las tres horas reglamentarias. Quienes lo vieron y lo escucharon recuerdan que no se ofuscó tanto por eso. Le molestaron otras cosas: “Si no me van a dejar defenderme pues mejor que la jueza dicte la sentencia ya y yo me paro y me voy”, exclamó, con manoteo incluido, tras la objeción de la fiscal Narda Sarmiento cuando él, en medio de su discurso, hizo referencia a las víctimas de las protestas. La mujer consideró que el planteamiento estaba “fuera de lugar” porque en sus delitos no figura el homicidio.
En la sala muchos lloraron, sobre todo Tintori, cuando López le dijo a la jueza que si no lo liberaba, se iría “con la frente en alto” al lugar donde ella dispusiera. Si la decisión era la libertad, saldría de inmediato a abrazar a sus dos hijos, le pediría matrimonio a su esposa otra vez y se reuniría con sus amigos y compañeros de partido para planear el recorrido que iniciaría por “todos los rincones de Venezuela”.
El último escenario quedó descartado cuando faltaban 10 minutos para las 10 de la noche. La jueza, con las manos temblorosas, según las apreciaciones del diputado Lester Toledo, leía la sentencia que resultó condenatoria: 13 años, 9 meses y 7 días de cárcel para López; 10 años para Holdack y 4 para para Martín y González, cuyas medidas cautelares quedaron intactas.
Como es costumbre al terminar una audiencia, los presentes deben ponerse de pie para que se retire el juez. Esta vez, todos se quedaron sentados y así vieron a Barreiros marcharse de la sala. Tintori gritó que la decisión era una injusticia y la sala se desordenó.
Uno a uno fueron saliendo. Martín fue el primero: “Nos vemos en la apelación”, dijo en el pasillo. González vino después: “Nada. Seguimos. Fuerza”. Holdack, muy afectado, no esperaba otra sentencia distinta, “porque aquí no hay justicia”, se quejó. Luego recordó algo que le dijo a la fiscal Sanabria, durante su intervención: “Que es una narcofiscal y no me arrepiento de haberle dicho eso”.
A las 10:12pm, mientras afuera se daban los primeros abrazos y las primeras reacciones con cacerolazo de fondo, en rechazo al fallo, el líder de VP aún estaba en la sala, compartiendo los últimos minutos junto a su madre y su esposa quienes al salir, lo primero que hicieron fue llamar al padre de López, pues no pudo estar presente en el juicio por encontrarse fuera del país. Ellas salieron y a él no se le vio más. Lo sacaron escoltado, como es usual, por una retirada escalera para abordar una patrulla rumbo a la cárcel de Ramo Verde, otra vez.