A pesar del llanto de su hijo de cinco años, y de los gritos de su esposa, Henry Mendoza ingresó a Chivacoa, entre humo y fuego, a rescatar a los abuelitos del incendio que finalmente acabó con la vida de ocho internas la noche del domingo 23 de agosto. Dos días después, Mendoza sigue afligido por el siniestro, cree que su actuación fue la de cualquiera dispuesto a ayudar y se lamenta por las fallecidas: “Dios mío, nosotros hubiésemos podido salvarlas de haber visto esa ventana lateral”, comenta visiblemente emocionado mientras señala el área de la casa que fue devorada por las llamas en la Avenida Mohedano, en la urbanización caraqueña La Castellana.
Al igual que él, una decena de vecinos de Chacao colaboró en el rescate de los 32 residentes que sobrevivieron. Gran parte de ellos son habitantes del barrio El Pedregal, ubicado justo detrás de la casa, y ninguno tenía nociones de primeros auxilios al momento de enfrentar la situación, según comentaron. Alexander Borges, Jesús Moreno, Junior Díaz, Edwin Reyes, Cristian Ferreira González, Fabiola González y las hermanas Helena y Elizabeth Carpio no lo pensaron dos veces y, con la fuerza propia de la solidaridad, salvaron a los ancianos de Chivacoa.
A pesar de todo, Henry Mendoza no se siente un héroe. “Vi eso encendido y sentí que debía meterme a sacarlos”, relata mientras rememora los gritos de aquellos abuelos sofocados por el humo. “Cuando escuché que uno me decía `yo estoy aquí, yo estoy aquí ´lo ubiqué, lo saqué y él mismo me dijo que adentro estaban otros dos que no podían caminar. Fui de nuevo y así lo hice. Los cuatro que logré sacar tenían dificultades para movilizarse”, agrega el hombre que, junto a su esposa, labora en la conserjería del edificio Mohedano Gill, localizado a dos casas de Chivacoa.
Cristian Ferreira González y su madre Fabiola González se sumaron al rescate al ver las llamas. Ella es una de las conserjes de las Residencias Piedras Pintadas, ubicado al otro lado del ancianato. Su hijo fue uno de los primeros en llegar, ayudó a romper las rejas que estaban cerradas con candado y a violentar las ventanas, a través de las cuales sacaron a las personas. Al ingresar por primera vez a la casa se encontró con una decena de abuelos viendo televisión. “No se habían percatado de las llamas, una señora caminaba por el pasillo tranquila y tuvimos que decirles que saliera, que se estaba quemando la casa”, recuerda el joven.
“Intenté abrir el cuarto donde estaban las tres ancianas, entré y salí. ¡Qué va! el humo era demasiado fuerte”, dice desganado. Este martes, 25 de agosto, tiene una fuerte gripe producto del humo que tragó.
Las jóvenes hermanas Helena y Elizabeth Carpio pasaban por la avenida Mohedano en momentos cuando las llamas alcanzaban casi los dos metros de altura. No dudaron bajarse del carro y ayudar. Sacudieron la reja de entrada hasta quebrarla e ingresaron “de manera automática”. Helena, de 23 años, no entiende cómo lo hizo: “Yo ni siquiera sé cómo tuve la fuerza para cargar a uno de ellos. Es que yo no la tengo normalmente; cargué a uno, y, luego con las sillas de ruedas, entrábamos y salíamos para sacar a los demás”, dice. Su delgadez demuestra que no se ejercita a menudo, pero asume que la adrenalina del momento le permitió enfrentarse a tales condiciones.
“El humo te ciega, te quema la garganta. Es fuerte”, insiste la joven, quien regresó al país luego de seis años de estudiar en Boston. EEUU. Aún no sabe cómo hicieron para respirar entre tanto humo y cuena que para vencer la oscuridad usaron los celulares sirvieron de linternas durante todo el rescate. Helena destaca la actitud de todo el equipo. Elizabeth, de 18 años, se acaba de graduar de bachillerato y no olvida “la locura” que vivió. “Entendí lo que habíamos hecho cuando llegué a mi casa. Hasta vomité”, confiesa. Sus sonrisas son contagiosas, creen el país y no se sienten superpoderosas: “Lo que hicimos era una obligación, no existía alternativa. Si no actuábamos se moría gente; si actuábamos eso podía cambiar”, explica Helena.
Junior Díaz (21) y Edwin Reyes (18) son dos amigos que viven en El Pedregal y también auxiliaron a los ancianos. “Entramos por la parte de atrás de la casa y los fuimos sacando. Algunos estaban amarrados a sus camas, otros sedados, orinados, unos que no podían caminar, otros en sillas de rueda, y así”, detalla Reyes. Cuando evalúa su actuación insiste en que fue producto de los impulsos y de la buena voluntad. “Me salió del corazón”, dice reflexivo y afirma que lo volvería a hacer siempre que sea necesario: “Nosotros hicimos lo posible y siempre que sea necesario ayudaré a la gente”.
“Mi primera reacción fue botar el yesquero que tenía en el bolsillo y correr hacia adentro”, comenta Junior. Lo más desesperante para él, al igual que para las hermanas Carpio, fue escuchar los gritos de uno de los ancianos que estaba encerrado en una habitación, junto a tres más que no podían moverse. “No entiendo cómo esos cuatros abuelos resistieron tanto, finalmente tumbamos la ventana y los sacamos”. Cree que si los bomberos hubiesen llegado antes, tal vez las habrían sacado con vida a las mujeres que fallecieron,. Los vecinos no pudieron entrar por falta de equipos que los protegieran. “La verdad es que se tardaron mucho, nosotros duramos casi 20 minutos sacando gente , ellos llegaron cuando habíamos sacado a los 32 abuelos y la mayoría del fuego había sido extinguido”.
No son bomberos, pero Alexander Borges y Jesús Moreno fueron los encargados de controlar el fuego. El primero reside en El Pedregal y labora en el supermercado Luz, ubicado en la esquina de atrás; el segundo es conserje de la residencia Piedras Pintadas. De allí, Moreno sacó la manguera a presión con la que extinguieron buena parte del incendio. El calor se sentía inclemente, según cuenta, y se siente bien por su apoyo. “Hice lo que pude”, dice.
“De toda esta tragedia, rescato a la gente que está dispuesta a perder lo que no tiene por ayudar a otra, pero también me quedo con el sinsabor de no haber podido sacar a todos”, agrega Elizabeth, una de las más jóvenes rescatistas del incendio. Todos los héroes destacaron la labor humanitaria de sus compañeros, agradecieron las ayudas del resto de los vecinos. Una vez controlada la situación, otro grupo de vecinos de El Pedregal trajo insumos y alimentos para los ancianos y también los padres de las hermanas Carpio dieron su contribución.
Todos los vecinos concuerdan con que la participación de los funcionarios de la Guardia Nacional Bolivariana fue importantísima y de gran ayuda. Según los testigos, fueron los primeros en llegar a la casa cuando comenzaba el incendio. Cuatro uniformados se bajaron de la patrulla a intentar abrir las rejas. Entonces, se le unieron los mencionados héroes y juntos rescataron a los ancianos. Ocho de los abuelos fueron trasladados al geriátrico Rafael Rangel en San Bernardino este lunes 24, luego de recibir cuidados médicos en el hospital Domingo Luciani de El Llanito.